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m fin de fa belleza fa,e deseo de la mujer en aparecer bella no tiene otro fin que llamar la atención del hombre y atraerlo para mü cumplir los fines que Dios en su divina sabiduría tie– ne sobn• ambos. La hermosura de la mujer es el primer atractivo que ve el hombre, y para eso Dios se la da, del mismo modo que las flores tienen la belleza de sus pétalos para atraer a los insectos que han de ser los transmisores de la vida a otra flor. Pero así como las flores no se en– gríen por muy 11.ermosas que sean, del mismo modo la joven no debe enorgullecersP de su belleza, pues, como advierte muy bien el sagrado Libro de los Proverbios, «en– gañosa es la gracia y fugaz la belleza. y sólo la mujer que t€me a Dio:;; Ps digna ct,, alabanza . ( Provrrhios, cap. 31, v. 30.) Tu hermosura, amada joven, no ha de ser pn•c.isamen– te de tocador, qne al fin con un poeo de agua y jabón desal)arece, sino esa otra hermosura del alma que, por ser espiritual, es más duradera. La belleza a que tú de– bes es aquella que el poeta describió en estos her– n1osos versos: Hermosa sin los amaños ele enfermifxts 1 1 anidades, con un mirar sin engaños que infunde tranquilidacl.es . (GABRIEL Y GAL'\N.) ¡Esa sí que es belleza auténtica y de buena ley! La otra... ,melen procurársela aquellas a quienes falta ese mirar sin engaiios que infunde tran <J uiliclarles. ¿No es verdad? Tú misma las condenas cuando las -ves en la calle o en el paseo; hasta las sueles llamar con un nombre que responde perfectamente a la realidad. Las llamas másrnas.

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