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Tienes que aprender a trabajar. El saber no ocupa lugar. dice un refrán castellano, y el trabajo PS la mejor manera de no aburrirse en la vida. No digas como esas jóvenes m-0dernas: - Yo espero casarme, y con Pl trabajo de mi maridn sacaré la casa adelante. En cuanto c1 trabajar, con aten– derle a él y a mis hijos, si Dios me los da ya tengo bastante. Pero ir a la oficina o al taller... ' Todo eso me parece muy bien, y ¡ojalá la necesidad no te obligue a hacer eso que en tu juventud desprecias! Pero tú misma acabas de decir que con servir a tu ma– rido y a tus hijos tienes bastante. Ahí precisamente que ría yo llegar. Porque la mujer en el hogar tiene también su trabajo, para el cual debe estar preparada. No sólo debe trabajar la soltera de familia humilde para no ser gravosa a los suyos, también la hija de la casa pudiente debe trabajar. pues a todos dijo PI Señor. Comercís el pan con el snclor ele tu frente. Para las prí~ meras es nna necesidad; para las segundas PS una virtud. En qué has de trabajai· ¿ Tiene la mujer sus trabajos propios? ¿Quién lo duda'.' "),íos, que la ha hecho distinta del varón en cuanto al cuerpo, la ha dado aptitudes propias para ejercer un trabajo apropiado a su sexo. El coser, el bordar, el estu– dio, son ocupaciones que están bien en la mujer de po– sición y en la que no la tiene. La vida es trabajo, y na– die, por ningún concepto, puede eximirse de esta obli– gación. Cierto que la vida moderna, al sacar a la mujer del hogar, la ha obligado a trabajar más que antes y en ocupaciones que ella no hubiera soñado. Ahora bien: ¿qué piensan los hombres de las muje– res trabajadoras? Cuando se fijan en una mujer para elegirla por esposa, ¿prefieren las que no saben hacer nada o, por el contrario, las que saben hacer las obliga– ciones propias del hogar'J ¿Prefieren a la que sabe mu– cho de escribir, o de literatura, o de modas, o de otras fruslerías, en las que tantas jóvenes modernas son espe_

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