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1i 1c l'. ;; I I, \' E lt I O ll E Z O H 1 T _\ Amalia. -- ¡ Y qué lo vamos a hacn ! Es la l{'Y de la Vida. Si queremos comer hay que trabajar. Yo c1eo que aquello que antes decían que Dios castigó al hombre a comer el pan con el sudor de su frente. al10ra hay que aplicarlo también a la mujer. Pilar.---Ni que lo digas. Todos tenemos qne trabajar, y lo peor eii que aún no alcanza para atendPr a todas; las necesidadPs qup sP pn.'sc>ntan. Las dos jóvenPs han desaparecido entre la multitud, y yo voy a hablarte amada joven, mientras tanto, de la virtud del trabajo. No creas que te voy a exigir que cojas un estropajo o un cubo y te pongas a fregar suelos, ni siquiera que vayas a una oficina o a un tallPr, ni menos aún que cojas el volante de un eoche y con él te ganes la vida ... No. Sé que mp ibas a contestar inmedLlta mente: -Usted perdone, pero mis manos son demasiado de– licadas para lo primero, y en cuanto a lo segundo, no tengo necesidad, pues en mi casa, gracias a Dios, tene– mos lo suficiente para que yo no tenga que agarrarme a eso. Estoy conforme con lo que dices, pero no me negarás que la virtud del trabajo es necesaria a todos lo¡.; hom– bres. El trabajo es una ley de la vida, y todos, rieos y po bres, tenemos que cumplir con esta obligación, impuesta Por el Creador. Me dices que perteneces a una familia acomodada Lo celebro. ¿Pero quién te ha asegurado que la fortuna estará siempre contigo? ¿No sabes que a la fortuna se la representa como una joven ligera y casquivana. con los ojos vendados, cabalgando sobre una rueda alada y arrojando a diestro y siniestro monedas de oro? ¿Y quién te dice a ti que un día la fortuna no pasa. de largo por la puerta de tu casa y te deja sumida en la mayor mi– seria?

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