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¿QUIEN lDltIDS TU? 29 El mejor rubor Tenían los griegos en su mitología una infinidad de dioses y diosas a quienes el hombre respetaba, invocaba o temia, según la función que el rey del Olimpo, Júpiter tonante, leE> había confiado en la tierra ... Júpiter, Venus, Mercurio. Minerva ... , eran otros tan– tos dioses de aquel cielo en donde reinaban las más rui– nes intrigas y las más nefandas deshonestidades. Pero estos dioses tan peregrinos, a parte de estas ocupaciones, pudiér_?.mos decir, propias de su elevada dignidad, tenían una, bien triste por cierto: La de bajar de cuando en cuando a la tierra para ver lo que hacían los hombres, y según las buenas o malas obras que veían en ellos les premiaban o castigaban. Todo siguió bien mientras el hombre se sintió inferior a los dioses; pero un día, sin saber cómo, se enteró de que los dioses tenían los mismos defectos que él, y en– tonces el hombre, que había mirado con respeto y con miedo a los dioses del Olimpo, comenzó a. mirarlos con desprecio y a reírse de ellos. Los dioses, viéndose descu– biertos, decidieron abandonar la tierra definitivamente. Subieron al cielo, siguieron en su vida de orgía y de vi– cios, y no se volvieron a acordar del hombre. Entre los dioses que abandonaron la tierra hubo dos, dice Hesíodo, que lo hicieron más rápidamente: Néme– sis, la diosa de la venganza, y el Pudor. Tú misma, amada joven, lo habrás oído decir más de una vez. -Se ha ido el pudor, grita la joven libertina mien– tras se frota las manos de gusto ... -Se ha ido el pudor, dice la joven buena, mientras se enjuga las lágrimas ... Y tú, con la ingenuidad de tus pocos años, preguntas entre asustada y sorprendida: -¿Pero ya no volverá a la tierra el pudor? No tanto, no tanto. Aún hay jóvenes que conservan el pudor como el me-

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