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21 R. P. SILVERIO DE ZORITA No seas beata Muchas veces habrás oído ridiculizar y con razón, a esas mujeres que van de iglesia en iglesia, las más de las veces para ver quién sale y quién entra. Rezan a todos los santos de la corte celestial, asisten con edificante pun– tualidad a todas las funciones religiosas, y apenas han traspuesto el umbral de la iglesia, si no es antes, ya es– tán criticando de todo lo habido y por haber. Es el triste r~trato de la mujer que ha creído llenar un deber de re– ligión con unas fórmulas externas que ella misma se ha impuesto, pero que no es capaz de hacer un acto de humildad o un acto de caridad con el prójimo. Te estoy oyendo, amada joven; tú no quieres ser bea– ta, sino piadosa. Te repugna esa caricatura de piedad. Estás convenci– da de que nuestra religión no es religión de palabras, sino de obras. Jesucristo lo dijo claramente en su Evangelio: No creáis, como los gentiles que el orar está en decir mu– chas palabras, ni en pon~rse en medio de las plazas don– de todo el mundo se entere. El Padre Celestial, que ve en lo interior, dará el galardón a la verdadera piedad. El exhibirse, el querer que todos se fijen el tocar la trom– peta para que todo el mundo sepa que ayunas, el poner el rostro triste y marchito, eso es hipocresía. Tú, cuando ayunas, dice el Señor, lava bien tu cara para que no no– ten los demás que ayunas, y unge tu cuerpo, para de este modo estar alegre y optimista, y tu Padre Celestial, que ve en lo interior te premiará. Sé piadosa con sencillez. Sabe muy bien el Señor lo que nos conviene antes de que se lo pidamos. Como lo sabe la madre que está pendiente de los labios del hijo que tiene en el regazo. Lo maravilloso de nuestra reli– gión está en que es Ia religión más humana y más com– prensiva. No hay que ir con una lista de peticiones al Padre Celestial. Ni menos cr'éer que debemos de pedirle las cosas que necesitamos con frases elegantes y palabras escogidas. Cuando le preguntaron una fórmula para orar,