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20 H. P. SIL Y g R I O D ID Z O R I T.\ cadamente, llevando por todo bagaje el lujo, los atracti– vos, los encantos falaces y pasajeros, y olvidándose del principal de todos, que es la bondad. No me digas, amada joven, que el hombre, sobre todo ~n sus años de juventud mira con preferencia a esas «Venfts de la selva» que van exhibiendo el atractivo de su cuerpo como una mercancía; no te lo niego. Pero no es menos cierto que el hombre, cuando se decide a tomar estado, lo hace como hombre, y no como bestia. El hombre, cuando llega. la hora de la verdad, no se fija en sus amigas de juerga, ni en las derrochadoras y exigentes, sino en su madre, que, como visión de paz, le enseña el camino que tiene que seguir. Y ante esos dos ejemplares de mujer, el de la frívola y coqueta y el de la madre sacrificada y cariñosa, el hombre elige, sin titubear, el de sn madre, quP para él es la mujer ml°ts san– ta y más buena. El hombrP, por muy alejado que psté del hogar, al tomar estado vuelve insensiblemente los o.jos a él y, como el poeta, quiere que el suyo sea corno el de su madre. Yo aprendí en el hogar en qué se funda la dicha más perfecta, y para hacerla mía quise yo ser como mi padre era. Y busqué una mujer como mi madre entre li:is hijas de mi hidalga tierra. (GABRIEL Y GALÁN.) ¿Lo ves, amada joven? Cuando el hombre quiere go– zar la dicha más perfecta, la busca, no en lugares de di– vers10n, sino en un hogar que sea lo más parecido posi– ble al hogar de su padre. Ni ñoñerías, ni egoísmo Pero la bondad no es ñoñería. Se puede ser muy bue- 11a sin ser ñoña. Hay quienes confunden las dos cosas Pero tú las distingues muy bien.

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