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lS H. P. SILVf<:RIO DE ZORI'f_\ pasión. Tienes en el mundo una misión nobilísima; no eres un ser despreciable. como dijeron los sabios anti– guos, ni menos un objeto dr' burdo placer, como se em– peñan en afirmar muchos degenerados; tienes un cuer– po hermoso con el que debes servir a ..:::tos, y un alm.1 que debes salvar. No me digas que esto segará en flor tus ilusiones de mujer. A tu edad es natural que las tengas, pero las ilu– siones son como las mariposas; van de flor e:1 flor, in– quietas, ilusionadas, sin pensar que pueden sucumbir ante cualquier objeto que avente el polvillo tenue de sus visto– sas alas. No vivas, amada joven, sólo de ilusiones. ¡Hay algo más que flores en la vida! Hay frutos, a veces amar– gos, pero que, por el mero hecho de ser frutos, son más duraderos. Hay en la vida realidades que sólo se ven cuan– do han avanzado los años y que por lo mismo tal vez ahora no te resignes a creer en su existencia ... Los enanos del bosque En un bosque encantado unos leñadores llenan ávi– danwnte sus saco2, de monedas de oro. Junto a los leña– dores unos enanitos, de barba blanca, juegan al corro mientras cantan una música de ensueño ... Los nuevos ricos se sienten felices. Pero al día siguiente, apenas sale el sol, los leñadores abren presurosos los sacos que llenaron durante la noche. Algunos encuentran oro de verdad, otros, en cambio. ven con desilusión que en su saco no hay más que ramas· podridas y hojas secas. Mirándose unos a otros se dicen, llorando: Hemos sido engañados miserablemente. i"E;l bosque estaba encantado! Esto, amada joven, pasa muchas veces en la vida. En la juventud se cree que todo lo que brilla es oro. Las di– versiones, los entretenimientos, las amistades ... todo pa– rece oro ... Pero cuando sale el sol de los desengaños, cuan– do llega la realidad de la vida, exclaman como los leña– dores del cuento: Xos hemos equivoc clo m '~·:rablemente

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