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H l'. I L Y J·: H. I O D l•J 7, O R I T _\ ---El que de vosotros esté sin pecado que tire la pri– mera piedra. Nadie la tiró. Los acusadores se retiraron en silencio, comenzando por los más viejos. Cuando quedaron solos Jesús y la mujer, da misericordia y la miseria», como dice con bella frase San Agustín, Jesús preguntó: -Mujer, ¿nadie te ha condenado? --Nadie, Señor, contestó la mujer deshecha en lá- grimas. --Pues yo fr condeno; vete en p~tz- y no vuel- vas a pecar. Hasta aquí las escenas evangélicas. ¿No es verdad que al Pscucharlas dila ta tu corazón y te animas a ser más buena? La mujer es débil; Jesús lo sabia; por eso perdonó Solamente no perdonan los que no tienen fe. los que no aciertan a ver en la mujer más que un objeto de placer bajo; sólo no saben perdonar los que necesitan perdón. Ya se quejaba de esta ingratitud de los hombres una mujror en Yel\"º" sobradamente conor.idos. Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin VC'r que sois la ocasión ele lo mismo qzu? culpáis ... (SOR JUANA DE LA CRUZ.) Tiene razón la poetisa, me dices; no te lo niego. Pero no olvides la recomendación de Jesús a la adúltera: Vete en paz, y no vuelvas a pecar. No basta ser buena cuando se (,stá en casa, rodeada del ambiente religioso y acogedor de una familia cris– tiana; es preciso huir del mal donde quiera que esté. Huye del peligro, huye de ese mar del mundo que seduce, que atrae, que arrastra, que ilusiona... No te fíes de su aparente hermosura. Ya sabes la copla:

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