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15 Samaria. En el brocal está sentado Jesús de Nazaret. Ape– nas la ve llegar la dice con delicadeza: -Mujer, dame de beber. -¿Cómo me pides de beber siendo tú judío y yo sa- maritana? -¡Si supieras el don de Dios y quién es el que te piel.E: de beber, seguramente que tú le pedirías que te diese agua viva! ... -¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que hizo este pozo para que bebiesen de él sus hijos y sus ganados? -El que bebe de esta agua vuelvz• a tener sed, pero el que bebiere del agua que yo le diere, ese tal no volverá a sentir sed jamás. -Señor, dame a mí de esa agua y así 110 tendré qne volver más aquí. --Vete y llama a tu marido. -No tengo marido. --Es verdad que no tienes marido: cinco has tenido y el que ahora tienes no lo es ... El golpe es certeTo ... La mujer tiembla ante el hom– bTe que la conoce por dentro. se deja venceT por la luz de la gracia, se convierte, y tiene la dicha de oír de los labios del mismo Jesús, la confesión de sn divinidad. -El Mesías soy, que hablo contigo. En el ie-mplo de Jerusalén Otro día la escena se desarrolla en los atrios del tern– plo de Jerusalén. Una mujer ha sido sorprendida en fla– gr;ante delito de adulterio y la ley de Moisés manda que se la dé muerte públicamente apedreándola. -Tú, ¿qué dices?--le preguntan a Jesús. Y Jesús, que conoce hasta dónde llegan los pecados de debilidad, no quiere contestar directamente. Escribe en el suelo y espera a que la escena se aclare por sí mis– ma. Por fin abre los labios y dice:

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