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Así es la vida del Hermano capuchino. Trabajo y oración. Me– jor: un trabajo que es oración. Un trabajo con alas, porque es cooperación al apostolado sacerdotal. ¿ No te parece providencial coincidencia el que entre los Santos y Beatos de nuestra Orden, la mitad exactamente hayan sido Sacer– dotes y la otra mitad Hermanitos legos? Más que Hermanos, son la 1<madre» del hogar conventual. Las tareas de casa, la comida, el vestido y ese ambiente de tranquiliLiat1 que dan aire, nobleza y alegría a un hogar, dependen de ellos, Je nuestros Hermanos que se entregan con toda su ejemplar vocación franciscana. Y esto es puro evangelio. Como aquel corro de mujeres buenas y provisoras que junto a Jesús y sus discípulos eran la providencia de cada d1a, el pan y el ,·ino, para el camino y para el merecidu descanso. Nuestros Hermanos son los ángeles de la guarda, de nuestrus conventos, la providencia encarnada para ca<la necesidad, el hom– bro acogedor sobre el que la fatiga del apostolado se hace más ligera. También por ellos se hace carne el lema franciscano «1:'az y Bien». El bienestar es un fruto que cae de sus manos hecho tra– bajo servicial n::ara que el convento sea más familiar ; y la paz es un respirar mejor a su lado, porque la paz está en la sencillez, y su vida, la vida de nuestros Hermanos, es tan sencilla como su andar y esas palabras sin doblez con que le hablan a Dios. Fray José l\laría es bandera de esta vida, de esta vocación de nuestros Hermanos. El nos dice magníficamente cómo se puede trabajar con las manos, la frente sudorosa, y a la vez tener el alma colgada de Dios por la plegaria y los cinco sentidos en la tarea u.e turno. Y esto aunque se doble el cuerpo por el sufrimiento. Hoy se desea y se intenta una espiritualidad del traoajo ; una espiritualidad que destaque el trabajo humano como ejercicio de muchas virtudes. Estarnos en «la era del trabajo». El trabajo como servicio a Dios y a los demás. Fray José Maria, en la naturaiida<l de su sencillez, sin ruido (sólo el jadeo de su cuerpo enfermo), da una nota bien alta y sincera para grnarnos a todos que a Dios igual se le sirve (t:ao1Q.ién a los dem~ encaramado en un sillón que en un andamio, sabiendo que El está a nuestro lado y que los hom– bres serán un poco más felices gracias a este nuestro esfuerzo. Fray José María así lo pensó y así lo vivió. Y como él nuestros Hermanos entre el trajín de los quehaceres conventuales. San Francisco no añadió a su Cántico de las criaturas una es– trofa que comenzase: «Loado seas, mi Señor, por los que traba– jan con sudor y por amor a Ti y a los hermanos hombres... ,,, acaso

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