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UN SANTO ALEGRE Después de ver el cuadro de sufrimientos con que Dios probó a nuestro biografiado, quizá alguno pueda pensar que Fray José Ma– ría fué un hombre ~iriste y melancólico. El que tal hiciese se habría equivocado completamente. Fray José María conocía muy bien el dicho de San Francisco de Sales «un santo triste es un triste santo», y él, en medio de sus atroces dolores, procuró practicar la alegría franciscana. -Siempre tienía la sonrisa en los labios-asegnra uno de los re– Lgiosos que más de cerca le trataron en la última enfermedad. Aunque de aspecto serio y recogido, no por eso causaba descon– fianza, antes al contrario, de su mirada débil y bondadosa brotaba una especie <le dulce alegría que caufrvaba irresistiblemente. Todos los religiosos que le trataron están conformes en afirmar que era atento y educado sobremanera y hasta alegre, con esa dulce alegría que nace de un corazón entregado por completo al sen-icio de Dios. No era un religioso adusto e intratable, sino amable, condescendien– te, siempre pronto a sacrificarse y a servir a todos con alegría y sencilkz. Para con los sacerdotes era extraordinariamente ohsequio~o y ya Yi.mos que en su oficio de hospedero y clespvnsero procuraha Jo mejor para ellos privándose muchas yeces de su postre para dárselo ,l algún sacerdote o algún enfermo. Con los jóvenes era muy amahk y reía de buen grado los chist<es ingenuos y hasta las salidas 1111 tanto infantiles de los que comenzaban la Yida religiosa. El a todos escu– chaba con atención y deferencia y para todos tenía un consejo ade– cuado y una sonrisa. Durank su última enfermedad c¡ne, como hemo~ yisto, le tnnl pos– trado en cama por espacio de cinco años sin casi poder salir de la ce!-

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