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Sl .',¡'Q HlCIER ElS PENITENCIA No puede haher verdadera santidad sin mort1ificación. En la as cética cristiana, tanto la mortificación interior, como la exterior, f,ie– nen una importancia desiciva, y, tratándose de h adquisici<'lll o co11- ,ervación de algunas virtudes es imprescindible. Los Apóstoles, impotentes para arrojar al demonio del cuerpo de un joven poseso, se atrevieron a preguntar al Señor por qué ellos no habían podido arrojar aquel demonio, y Jesús les contestó: «Esta especie no puede ser lanzada sino por la oración y el ayuno» (9). La f glesia ha fomentado, e incluso prescrito, penitencias exteriores a 1os fieles, sobre todo el ayuno, v lo mismo han hecho las Orde.nei. nli~iosas de t1odos los tiempos. Fray José María vivió en una Orden religiosa de las más auste– ras, y si, según el axioma, «la máxima mortificación es la vida co– múm¡, él tuvo que mortificarse infinidad de veces, siendo como fué tan fiel cumplidor de la observancia regular. El levantarse tempra– no, el comer con frugalidad, el vestir pobremente, el andar dc.scalzo, c:l levantarse a media noche. al rezo de Maitines, el practñcar las dis ciplinas de la Comunidad, el ayunar las cuaresmas que impone la l<egla seráfica, y, unido a esto, el duro trabajo de todos los días, todo ello fué el yui1t1ue sobre el que. se forjó la ~randeza Je a'ma de– tan santo religioso.

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