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P. SlLVER!O DE ZORITA, O. F. M. CAP. Esta delicadeza en la caridad la practicaba, sobre todo, cuando se trataba de los superiores, sacerdotes o personas constituidas en dig– nidad, máxinw eclesiá;,tica. «Cuidado, solía decir, no murmuren de nadie y menos de los superiores.» En los últimos años de su vida e.ra muy aficionado a oír sermones por estar, a causa de su enfermedad, más libre de trabajo. En los recreos se comentaba entre los religiosos el sermón y a veces se emitían juicios tal vez menos favorables para el predicador. Enton– ces Fray José María, con una delicadeza sin igual, repetía invaria– blementie: «Ha estado muy bien, lo ha hecho m11y hicn.l> Eran objeto de su caridad los religiosos jóvenes, a quienes no solo aconsejaba con suavidad, sino también disimulaba los defectos propios de su edad. Tuvo bajo sus órdenes en el oficio de albañil a varios y siempre les t.rató con caridad fraternal. «En el trabajo -dice uno de ellos-, como nuevos que éramos, cometíamos muchas faltas, pero nunca vi a Fray José María airado o conturbado por ello, antes al contrario, nos toleró siempre con mucha paciencia y nos trató con mucha delicadeza y afabilidad, procurando con buenas formas enseñarnos a trabajar. Nunca nos mandó con imperio, ni 111n a los novicios y donados.» «Si durante el trahaio veb a otros re– ligiosos atareados, les ayudaba con todo interés, y cuando tenía que c:'::ir~·ir algo, lo hacía con caridad, no con imperio.>> La caridad de Fray José María tuvo un distintivo especial, la de– '.icadeza. Por no molestar a sus hermanos de religión, hasta los últñ– mos días de su vid;, se lavó su ropa interior, barrió su celda y lo hizo a útros religiosos enfermos y ancianos como él. Así lo confiesa uno de ,·llm. «Durante los días que he estado en cama ni uno sólo ha rlejado dt. venir a visitarme y entretenerme santamt"nte con su erl.ifi– cante conversación. Le oía venir por el claust,ro medio arrastrándose ,,, quejándose a cada momentlO y con todo nunca le vi malhumorado. De,;pués de preguntarme por mi estado de salud me arreglaba la ropa de la cama, me tiraba la bacinilla y muchas veces me barrió la celda. Daba pena verle, encorvado por los años y por los continuos dolo– res de riñones, hacer aquellos trabajos, que para él eran un verda– •.it:ro martirio. Al despedirse me pedía humildemente que le encomen– dase a Dios.»

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