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14 J?. SILVERIO DE ZORITA, O. F. M. CAP. senciales, se distinguía entre los demás niños por su seriedad, com– postura y silencio. Con todo, no se vaya a creer que José Mari era uno de esos niños callados y tristes que, naturalmente, son buenos porque su tempe– ramento les ayncla a ello ; todo lo contirario, José Mari era alegre y expan,ivo, como lo demuestran algunas referencias de su herma– na Agust,ina. -«Era muy bailarín-nos dice sonriendo-, pero sólo bailaba conmigo, y en cierta ocasión, c¡ue una niña de 1 rne~tra edad qt1i,o bailar con él, la dijo muy serio: -«Yo sólo bailo con mi hermana». Quien conociese las costumbres de estos caseríos, y máxime en b época que estamos reseñando, podría precisar lo que significaban estas diversiones para el alma sencilla de José Mari. Hoy la cercanía de la ciudad de Tolosa, con sus múltiples fábricas y atractivos, ha hecho desaparecer por completo la sencillez de aquellas diversiones. Esta alegría infantil siguió siendo uno de los distintivos del jo– ven José Mari, pero siempre dentro de los límites de la mayor se– riedad y honestidad. -«Jamás-nos dice su hermana-tardó en volver a casa, ni si– quiera cuando fué mayor. Sólo el día de San Pedro se retrasaba un poco más, pero aun ese día no pasaba de las nueve o, a lo más, de las diez de la noche.>> El pueblo de Leaburu tiene por Patrono al Apóstol San Pedro, y ese día todos, pero especialmente la gentie joven, solía dar un poco más de tiempo a sus diversiones. Pero en el caserío de «Gurrea» la puerta se cerraba pronto y era menester estar a tiempo en casa. José Mari jamás tardó en volver. Su alma delicada no podía faltar a aquella disciplina familiar. Doña Agustina, haciendo un esfuerzo para recordar aquellos años de su infancia, nos dice que su hermano José Mari «era muy obe– diente, especialmente con las personas mayores y, sobre tiodo, con los padres. Si le mandaban éstos hacer algún trabajo nunca se nega– ba, y hasta hubo veces que se adelantó a hacerlo antes que se lo mandasen». «También era muy caritativo, no sólo con los mayores, sino también con los niños de su misma edad. Jamás riñó con na– die y no podía ver reñir a sus compañeros. Muchas veces le vi ha-

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