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P. Eusebio Villanueva Lunes: 25 Oct. 1993: ALBERGUE -SAN JOSE MOSCATI, MEDICO- A sí van los días, tiempo de colores. Así vienen las noches, tiempo de los olores. Así parece que vamos, pero venimos... Nos dice un proverbio chino: «Aunque todos los ríos vierten en el mar, el mar no se desborda». Así les pasa a los días y a las noches, son indesbordables, inmenso pozo. Está espabilada la mañana. Camino ligero hacia el Albergue. No es el Lunes de mis años de obrero por aquí y más madrugados. Entonces los Lunes llevabas la carga de la semana bajo los párpados y sobre las espaldas. Ya lo peor del Domingo era siempre el Lunes laboral... La gente se apresura. Es grato contemplar este río de gente. Hombres maduros de oficina, lentos viejos en la etapa del bastón haciendo ejercicio, muchachos/as en decidido vaivén, obreros en jersey y bandadas de niños escolares... todos concurren y transcurren. Cada cual bostezando o asumiendo su destino. Eso si, todos con pri– sas. El momento no está para abrir el paraguas ni para retenerse bajo el «calabobos» aspergeado por las nubes. Ese orvallo asturiano, que te chispea su humedad desli– zante. En la oración de la mañana me gusta partir siempre de testimonios de vida. Algu– nos santos y sabios y sus hechos van conmigo. No me gustan las disertaciones sebosas de teorías que te llenan de colesterol las arterias del alma. En esa oración recogía los datos de biografía del Santo del día. Un santo de hoy: San José Moscati, médico de gran valor científico, que murió en Nápoles en 1927. Acaba de ser canoni– zado por J. Pablo II en 1987. Los pobres acudían a él: porque no les cobraba. Porque les trataba con cariño y les reconocía la dignidad. Porque les curaba con pericia. Y porque «olían» que Dios estaba con élytenía «mano de santo». Y tenían razón. Toda. El pueblo siempre tiene «buen olfato», miran la vida y después escuchan. Olfatea– ron pronto en él una Fe, una Esperanza y un Amor, que ni se compran ni se venden. Que se habitan y se comparten con los que necesitan. Nosotros, profesionales del espíritu, servidores del Evangelio, andamos muy ne– cesitados de eso, muy escasos de tener y de dar eso. Nuestra «intendencia», nues- 92
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