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Las 5 llagas del Señor marginación es hoy un mar proceloso, que engulle a mucha carne joven, mucho porvenir y sus alrededores. Le llevo a este joven atristado a la habitación individual y le preparo su cama. Fuera todos callan, calla todo. La noche está en su altura... Luna alta, mala luna. A la 1'30 llamada de la policía municipal. Una voz de mujer pregunta por teléfono: - ¿Hay plaza para un transeúnte? - Ciertamente - ¡Para allá le llevamos! !Buenas noches! Y, enseguida, otra llamada en portería. Son la 1'45. La policía se presenta con un viejecillo, «bebido» y asustado... Me cuenta el «poli)) que una llamada anónima por teléfono les avisa de un señor tirado en una obra. Viene sucio, despantalonado y descamisado, y con un miedo aterrador. Piensa que le han detenido y que le quieren meter en la cárcel. Aquí mismo le piden la documentación. A todo momento quiere salir del Albergue y que le dejen dormir en la calle o sentarse en la acera. No se moverá hasta el amanecer. No hay manera de convencerlo. Insiste que él siempre ha sido honrado... Y ciertamente que lo parece por todos sus poros. Al final dice que tiene una hija en Gijón, da la dirección y pide por favor que le lleven. No quería ir por no dar mal ejemplo. Y se lo llevan pacientemente.¿Volverán con él?. Y otra pregunta ¿Cuántos más habrá por ahí en esta fría noche, pero que nadie ha visto? ¿O si han visto lo han considerado como problema no suyo? Y otras preguntas más ¿Por qué este pavor a la Policía municipal, que los recoge y trae con cordialidad? ¿Qué subconsciente se despierta con el alcohol y que va agaza– pado en lo íntimo del inconsciente? Yo no lo sé. El hombre cada vez me parece más misterio conforme te acercas a las fronteras de lo instintivo. Nunca se quitará, así «en frío», un pliegue que se ha formado «en caliente», a la plancha... Y a este pobre viejecillo, la vida le debe haber planchado «a la brasa». Me duelen su miedo y su humillación. Y me duele más que ya no crea en bondades y servicios gratuitos de la Sociedad y de la Iglesia. Le hemos dicho que este Albergue no es una cárcel y que está atendido por unas monjas. No lo «ve» y no lo cree. Sólo ve dos policías, un control de papeles y un patio ante unos edificios... Me duele que no sienta mi mano amiga sobre su hombro. Me duele que mis palabras no lleven convicción superior a sus miedos carcelarios. Me duele mi fe. Y me duelo yo mismo... Se van a la noche y yo cierro sobre mi la puerta. Yo no lograré dar ni una cabezada. Las reflexiones, los recuerdos, tantas cosas de la emigración, van llegándose y hundiéndose en mi... Mis lágrimas corren libres, salitrosas sobre mis manos y mi cara. Me derramo sobre la condición humana, sobre nuestros ancianos olvidados por las calles de la soledad, del frío, de los albergues y asilos-residencias del ir desviviéndose de necesidad, del no saber qué, ni cómo, ni dónde, ni para qué. Del no tener fe ni para pedirle a ese dios la muerte y la paz eterna... Son las 8 de la mañana. La obscuridad obedece a la luz. Así de simple. Las sombras obedecen al sol. El sol empuja la noche y la desaparece engulléndola lentamente. La luz triunfa sobre la noche y pare de nuevo la tierra y sus cosas. Lo he esperado minuto a minuto. La «virginidad emocional» de esta espera, de este amanecer, de este nacimiento me parece bautismal. .. Alumbro los dormitorios y doy los iBuenos Días! Dejo en orden las cosas y entrego el manojo de llaves. Y me pierdo en la ciudad llena de luz nueva, viva... 91

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