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Las 5 llagas del Señor Martes: 5 Oct. 1993: ALBERGUE U na luminosidad espléndida envuelve la ciudad. Mientras el sol-naciente -calien ta gatos- se viene encima como una segura promesa. Las palomas todas están quietecitas en los altos aleros dando la bienvenida al calor del día. Mientras las gaviotas llenan el mar de picotazos, aleteos y chillidos ásperos. También los huéspedes del Albergue tienen prisas por salir a las calles del bureo y al sol de regalo. La temperatura del alto otoño no es varios grados Fahrenheit más alta que en el Albergue. Y, si tienen perras y caen por un bar, hasta más cálida y entretenida que su deambular de boya sin amarras. Cuando llego coincide con los primeros despegues de la base, desparramándo– se en solitario por la calle que viene o por la que va. Los hay relativamente reposados, según los años y las mataduras. La mayoría son movedizos y trajinantes. No es su modo de ser, sino su modo de estar en la vida ... Es curioso su falta de amistad asociativa, aunque sea breve. No, cada uno se va en solitario, por su cuenta y a su cuenta. Salvo parejas o alguna rara excepción. También es verdad que yo los estoy viendo un poco en bloque y al descubierto: los del «Albergue» y los «otros». Cierto que todos son hermanos, pero demasiado en grupo. Como nos lo repite la santa teología en nuestros lenguajes clericales... tan dados a abstraer y universalizar. Tan difíciles a individualizar, a poner un rostro y su nombre concreto: «el» hermano. El amor en mogollón a todos, universal, es una escapadera, una gatera, una trampa intelectual y clerical. El amor tiene que ser concreto, de yo a tú y retorno. Ni siquiera distanciando el «yo» a «él». El amor acerca al «tú», o se pierde por el camino. ¡Ay, de mí! ¿A cuántas personas habré «condenado» por cometer el delito de no ser como «yo»? ¡Miserere mei Deus! El amor a las personas concretas es el único tipo de amor cristiano en el que creo. Con rostro y nombre y abierto al «con una vida». A pesar de todo no siempre lo he logrado. Por eso voy tratando de poner su nombre a cada rostro de estos que aquí encuentran una tregua y un respiro en su caminar. Si esto no lo voy logrando me engaño a mí mismo y pierdo el tiempo. Francisco decía «hermano» en singular de persona, en cada uno que acercaba a su vida, aprojimaba a sí, haciendo el camino «con» ... Sólo entonces se sentía con derecho y gloria de llamarlo «hermano». Amor 57

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