BCCCAP00000000000000000000555

Escucho la conversación de un señor, que habla de Rusia. Por lo que la ha recorrido por muchos caminos y ciudades. Intervengo con algunas preguntas y obser– vaciones, recordando mi ya lejano viaje a Rusia (Belorusia). Extrañado me mira con curiosidad. Sabe que soy un cura. Cuando estoy en las faenas de limpieza allí se me presenta disimuladamente... Me habla de sus 56 años en ese país. Nacido en Gijón fué llevado de niño a Rusia durante nuestra guerra civil. Me habla de Rusia, de Stalin, de su vivir. Su dolor es grande. Avanza un tanto sin rumbo, sin hogar, sin destino, por la sola vasta patria de los desheredados y afligidos. Me mira desde una nación, desde una tierra que yo no puedo saber cuál es. Y desde hace mucho tiempo de esto.¿Cuánto?...una vida... Sé que volveremos a hablar. Porque él necesita descargarse. Su mujer (rusa) y familia se han quedado allá. Le han acompañado dos hijos y buscan situarse en ña, están tramitando su residencia y demás papeles oficiales. Hace días sus hijos se han ido a la vendimia en La Rioja. Como aún no han llamado se siente tristón. Más triste que un sauce bajo la lluvia, con todas sus extremidades y tentáculos vitales caídos y pendulones de soledad y «lluvia». Le pesa todo: el pasado, el presente y el futuro. La vida se ha portado muy fulana con él. .. Le cuento cómo y dónde estuve en mi viaje a Rusia y mi visado de obrero desde Suiza en la empresa de tractores SCHILTER. Volveremos a hablar sin duda. Me apa– siona toda lucha y experiencias obreras... Ahora es barco de cabotaje, pero sabe de qué van las cosas. El peligro que le acecha es el peso de los recuerdos y la necesidad de liberarse en el diálogo y en el olvido. Y es ahí donde puede acechar el alcohol. El otro día ya regresó al Albergue algo «olvidado» ... Yo no creo del todo eso de que estar dotado para el olvido sea estar dotado para la supervivencia. Como tampoco en esa resignación de que el hombre sea una máquina de esperar, porque el tiempo termina por curarlo todo. Eso son consejos de la Jefatura Superior de Higiene ciudadana, pero no espíritu evangélico. Trato de animarle, de darle coraje para seguir con el papeleo oficial, que es del todo imprescindible. Y le doy una ayuda para ir tirando. Al fin se llega, cuando uno lo ha querido de verdad. Lo sé por mi experiencia de emigrante y obrero. Si a uno le recha– zan, es inútil que se cambie de sombrero. Pero es muy eficaz insistir con razón, sin razón y contra ella. No cejar. Ni afligirse ni aflojarse. Hasta el cielo padece violencia. El está tramitando todos esos papeles oficiales. La asistencia social del Albergue le orienta. Hay que ayudar. Yo no creo en los que lloran por las desgracias que les ocurren a los que luchan, mientras él los se colocan al margen o huyen. El puede salir y saldrá. Estoy seguro. El Albergue no es un pozo, sino un paso para poder llegar, pasar. Uno no es siempre lo que hace, sólo lo que hace. Su estancia en el Albergue no es una solución con esperanza nebulosa, al «a ver si hay suerte», sino el tiempo de una simple espera. Llegará para él ese ángel-rafael que le ayudará a «sacar el pescado por las aga– llas». Pero él tiene que hacer el «viaje», la búsqueda indomable y personal. Lo creo de veras en él. .. porque su «búsqueda» de trabajo le arranca desde la tripa y desde su dignidad obrera. ¡Que le arreglen pronto sus «papeles» es lo urgente! El está bien calafateado y apto para las difíciles travesías... 46

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz