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Las 5 llagas del Señor También el hambre fué una guerra incivil, además de la otra. Los mimos-le decía su padre con desdén grueso- no curan a nadie... Yo me sumo a la alegría de todos estos que tienen la pequeña esperanza -pequeña como su paguita- de estos malamados de la sociedad. Para estos escorados de la sociedad, es una buena ilusión, que les calienta el corazón y el estómago: «su paga», su pensión, en bastantes cotizada. Se van llevándose a sí mismos con dignidad. Algo que recogen sin «pedir» y con honra en los ojos y en las manos. Lo que les dure, ya son otros derroteros, que habrá que conocer y explicarse. El francés se ha largado con viento fresco, como un bergantín por los sargazos. Prefiere perder el Albergue a perder la «libertad» de andar a su aire aromático... Un señor, muy responsable él, me dice: - ¿Qué quieres? Son así éstos y ya no cambiarán. Cualquier día volverá a entrar por ahí más desastroso y terco. Pero seguirá siendo él mismo. Hoy celebramos la fiesta de Monsieur Vincent, el gran santo de la caridad. San Vicente de Paul. De niño lo pusieron a estudiar con los franciscanos. Ya de mayor, en una travesía, los turcos le hacen prisionero con otros. En Tunez le venden como esclavo. Pasó por varias manos: un pescador, un alquimista, y un cristiano renegado, al que reconvierte y ambos llegan a Roma. En París se dedica a la asistencia a los marginados en su tiempo. Atiende y defiende a los condenados a galeras. Un día reemplaza a un pobre remero para conocer en sus propias carnes esa amarga vida. Recorrió galeras y cárceles. Así consiguió que se cambiase la legislación y un trato más humano para ellos. Pobres, hambrientos, golfillos, ancianos, enfermos. Donde hay necesidad allí está Monsieur Vicent. El nos dice, escribe: «No es lícito perderse en teorías mientras muy cerca hay niños que necesitan para subsistir un vaso de leche. Los pobres serán nuestros jueces. Sólo podremos entrar en el cielo sobre los hombros de los pobres». Funda la Agrupación de las Hijas de la Caridad con Luisa de Marillac. «Por Monasterio -las dice- tendreis las salas de los enfermos; por clausura, las calles de la ciudad; por rejas, el temor de Dios». ¡GRACIAS!, Monsieur Vicent. 41

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