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P. Eusebio Villanueva adormiladas en los estudiantes... Rostro bajo el rostro: el verdadero, el que no cierra los párpados, el que va mascándo recuerdos o preocupaciones o sus penas a falta de otra cosa... Ha llegada primero el Bus-18. Salimos de la ciudad hacia el campo... , las cercas, las vallas, los cotos, siempre me han parecido la muestra más egoísta del hombre sobre su prójimo... Los riachuelos y las charcar de sapos aullando a la luna de la procreación. Y luego los chalets, con su corta alegría de dejarse vivir y gozar, con su chucho casi ovejero lanudo y sus grandes árboles. Y las aves del cielo llegando desde los cuatro puntos cardinales, como las palabras y los silencios... Y los centros universitarios, que engullen mocedad, proyectos, ilusiones... Y la chavala que desciende de nuestro Bus, sumándose a las llegadas de los utilitarios y las risas y los silbidos de buen asombro y sus primeros intercambios de cigarrillos... Y luego otra vez la carretera que se parte en dos como la caridad ... Y la Universidad Laboral imponente e impresionante... Y al final, sólo al final, el Hospital de Cabueñes: dispensario de salud, taller de reparaciones humanas y a veces triste agencia del gran viaje... Y enderredor el mundo todo tiene la música del viento, de los ríos, de los pájaros... Dos auxiliares llegan a tomar el Bus de vuelta. Son conocidos del afán de los días. Uno tosió como fin o principio de algo. Nos saludamos: - Vaya con Dios. - Con El vamos todos. Siento alegría de la buena, de la que hace ver mejor. Hombres y mujeres siempre me aumentaron el alma. Los caminos de Dios no son caminos perdidos, sino de encuentro. Son encuentros para amar o agraceder o compartir las alegrías de los fumanos. A veces los sacerdotes nos sobrecargamos y gastamos más en la compasión, y muchas una compasión inflada. O el apasionado celo de la casa de Dios agota las energías de nuestros afectos y nos queda poco amor -calderillas– para compartir en la convivencia de cada día. O nuestro «olimpo intelectual» nos encierra en nuestra torre de marfil, donde nuestro «aeródromo» le tenemos cerrado a causa de la «niebla» ... Pero más, muchas veces más, distribuimos palabras, atenciones y servicios, llegamos a la temperatura de Dios, de bondadoso ejercicio del amor, de Evangelio sencillo y necesario... En este lugar, sagrado lugar del hombre sufriente, el Hospital, una concentra– ción de las limitaciones y calamidades humanas. aquí vienen a encontrar salud, refrigerio, remedio, los duramente castigados por la vida, por la enfermedad. Calamidades, sí. Pues la desgracia nunca viene sola. En un abanico de variedades de sufrimientos posibles, la existencia en general y el Hospital en particular, ilustran el estrago súbito o la banalidad de los infortunios que nos caen sobre las carnes y se quedan a vivir con nosotros. Y además el tiempo, factor agravante de la desgracia... Tiempo que pulveriza entre nuestras manos la frágil porcelana de nuestra felicidad ... Curioso que se reserve a los enfermos el calificativo de «pacientes». Exacto en todos los sentidos de su raíz, de su matriz verbal ... La vida está llena de problemas y a veces no se los ve bien y se los pesa hasta que se los padece, la verdadera escuela. Entonces ¿qué es lo que ayuda a la gente?. Ciertamente no mucho los «consejos». Pues o se aceptan como los niños o no se tienen en cuenta. Por eso no sirven para casi nada... Lo que ayuda a las gentes, es el encuentro de las personas que hablan realmente de sus sufrimientos, 362

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