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P. Eusebio Villanueva A veces se ve algo parecido en la Iglesia. Nos hemos acostumbrado en un pasado a esperar todo decidido, pensado y planificado, ritualizado, codificado, moralizado, masticado, deglutido, digerido... por la «santa» jerarquía escalonada... Nosotros a asimilar... Resultado un mundo seglar de «tropa de a pie», poco participativo. Hoy ese ritmo de participación está entrando en movida. Los años sumados en la vejez y la falta de reemplazos están dejando plaza a la seglaridad, al laicado. Ya no es aquello de que el párroco fuera el «estado mayor», en soberana soledad, como si los demás estuvieran pintados en la pared y oliendo despacito a incienso y abriendo el monedero a la colecta. Los años que lleva costando dar entrada y decisión a los Consejos Pastorales... la tira de años, mas un Concilio exigiéndolo... Yo confieso no haber sentido mucho entusiasmo por el «Diaconado Permanen– te» ... Yo me decía desde la estratosfera de las teorías ¿qué es lo que la ordenación diaconal puede añadir de «'plus» a hombres ya comprometidos en el mundo, conocidos como cristianos militantes? Un día cambié de opinión después de haber pasado dos horas con un diácono permanete suizo, padre de dos hijos y obrero en la construcción ... Bastó bajar a la vida, que es donde hay que ver las cosas. Ciertamente nada en común con el «supersacristán» o el «minisacerdote», que yo le decía... «El diácono -me decía él- es el signo y el instrumento del espíritu de servicio de Cristo. El ha sido ordenado para que el servicio de los hombres, esencial a la Iglesia, sea vivido. El está ahí, todavía, para recordar a todos los cristianos, que ellos deben también ser testigos y signos de Cristo servidor, que toda misión es un servicio». Raramente toma parte en el culto como diácono. No se precipita para «hacer» Bautismos o Matrimonios... A no ser cuando se trata de relaciones personales de trabajo o del barrio... «El espíritu de servicio -me decía- no me impulsa hacia el altar, sino hacia los más pobres, los inmigrantes, los presos, los enfermos, los excluidos de nuestra sociedad. No para hacerlos servicio. Sino para estar a su servicio, a fin de que crezcan. No es la misma cosa. Es para ellos por lo que yo soy diácono, testigo de Cristo servidor y de la Iglesia servidora». ¿Pero no ocupa él, sin que se de cuenta, la plaza de los sacerdotes, que tienen igualmente que ser testigos y servidores? Me contesta: «Diez sacerdotes no hacen un diácono y diez diáconos no hacen un sacerdote. A cada uno su «oficio», si tú permites la expresión. El diaconado no da ningún poder. Ordena sólo a un servicio. Quizá sea porque la Iglesia tiene miedo de vivir demasiado replegada sobre Ella misma por lo que Ella haya decidido restaurar el Diaconado Permanente». Pienso que ese es un buen camino y una buena esperanza. ¿Que eso trae problemas? Natural. Pero ahí estamos y sobre todo está el Espíritu para crear y discernir y ayudar. Creo que siempre será preferible -incluso- mancharse las manos en este mundo, antes que no tener manos. Y con la llegada responsable de los Laicos a la Pastoral de la Iglesia, el futuro y en él nuestro futuro, se hace menos preocupante. El trasmañana con la fuerza del Espíritu acertará a encontrar y crear la solución precisa... No andamos ni desgobernados ni a la buena de Dios. La Iglesia siempre se ha ido recreando, nunca 352

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