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Las 5 llagas del Señor «Enfermos o ancianos» ... yo he encontrado bastantes que toman con coraje un nuevo rumbo. Luchan por una existencia diferente. Se agarran a las ramas, como se dice, y nos dan a su manera lecciones de juventud y de salud. Pero la soledad, ha dicho la fábula, es el mayor de los males. Ella puede ser un bien importante. Ella nos permite reencontraren nosotros lo mejor, la pequeña flauta de la memoria y también el silencio que devuelve la humildad, el deseo de las cosas bellas: la música con tiempo y con tempo, y los viajes incluso inmóviles. Por tanto la soledad, cuando es impuesta por la vejez o la enfermedad... o por las dos juntas no tiene mejor presencia que la peste o la lepra. Menos espectacular, pero más solapada. Es el gran mal y nadie de entre nosotros se escapa. Todo el mundo en este planeta sufre de ello. Basta andar y ver... Raramente se escapa uno de la enfermedad, jamás de la vejez sin «cortes» ... Pero la soledad, está al alcance del amor, el que no pasa sino que acaricia... Para destruirla, hay que saber que el combate comienza en la misma casa, sobre el mismo piso, en el mismo inmueble. Una palabra puede reemplazar un silencio. Un servicio prestado vale más que un servicio solicitado. Los menos jóvenes y en salud, tienen necesidad de aquellos que lo son menos. Cuando ellos se callan y se alejan son estos los que deben sentirse solos. Saber abrir los ojos, ponernos «antenas» de sensibilidad, en la vecindad para descubrir las personas que buscan un poco de calor, de ayuda, de amistad. Una visita, un servicio, una llamada, a los que nos interpelan desde su soledad... Con soledades reunidas, se puede hacer un círculo... Y hay muchos por ahí que lo viven y les ayuda a salir de su soledad. Yo veo en este Albergue ancianos y enfermos viviendo esa soledad familiar, afectiva, social. Que algunos tratan de tapar, cegar, con sus tabacos y sus vinillos... Se chequean a sí mismos y se descubren tanta frustración, tanta limitación humana, enfermedad y miseria a veces... Y tratar de descongestionarse con el vino es de último y disculpable solución. Acaso no hay otra salida al campo, como toro en la plaza empujado al estoque final o a la puntilla inevitable... Los hombres somos muy proclives a ver sus borracheras, pero no la inmensa y triste «sed» que pasan... Ahí está la diferencia. Pobres gentes ya más negras de tristuras que un zulú... La gente a veces sufre demasiado y necesita ilusionarse con algo, aunque sea un vinazo... Ellos podrían ilustrar un capítulo de la vida humana, titulado, por ejemplo: «guía de adoloridos» ... Pero nosotros los creyentes, ¿hemos entendido ya el sentido cris– tiano del dolor? Vemos sí que la vida está llena de dolores. Pero no comprendemos el para qué de tanto sufrimiento. Es nuestro amigo inseparable, el primero que nos recibe nada más nacer y el último que nos da la despedida. Tozudo como un perro fiel, pegado a nosotros como una sombra. El dolor es la otra herramienta, con el amor, con la que vamos tallando nuestra vida. ¿No habéis visto como el gusano de la mariposa se acurruca y se encierra en una crisálida bien cerrada? Todo se transforma en sus entrañas y prepara su liberación como en otro ser y en otra vida. Detrás de esa feal– dad de su «mortaja» trasforma su cabeza, teje una lanilla suave y le nacen alas. Una mañana de primavera agujerea la «mortaja» y sale convertido el «gusano» en la maravilla de una mariposa por los cielos luminosos. Así es el dolor la «mortaja» de nuestra transformación y liberación... ¿Qué es duro todo esto? ¿Qué es difícil de comprender el dolor? No es extraño. Siempre ha sido achaque de humanos querer resucitar sin morir. Diríase que en el interior de todo hombre duerme un ateo del dolor... Pero no hay hombre sin dolor. Y, donde no hay dolor, no hallarás un hombre. 323

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