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P. Eusebio Villanueva Miércoles-Jueves: 9 + 10 Febr. 1994: AL– BERGUE S i esta situación no cambia, pronto estaremos desbordados. Las calles se van arrepublicanando de mendigos, de manos tendidas -plato del pobre-, de lamentos silenciosos en los cartones pancartas de los que piden en las aceras, de gente con voz arrodillada y una caja petitoria a la vista... Son muchos ya los que viven como el jilguero franciscano, de lo que Dios olvida para que ellos lo encuentren. Nada es equiparable en densidad de angustia a una gran ciudad moderna o industrial, donde nuestra soledad y nuestro anonimato se multiplican en los mil rostros desconocidos que cruzamos por la calle. Un único espe– jo de indiferencia. Siento rabia ver lo que hace en ocasiones la vida con tantas personas. La falta de trabajo, la inseguridad de empleo, el paro juvenil y el anticipado retiro laboral. .. Esos grandes misterios de la crisis, que hacen a la gente currante sujetarse con fuerza a sus casas, a sus empleos, a sus miedos y a sus mujeres... Gentes frustradas, desilu– sionadas, paseantes-zombis, transeuntes de ciudad en ciudad, mendigos, drogatas... Gentes amargadas, que no han podido iniciar sus profesiones o sus oficios... Gentes trabajadas, sin juicio para llevar adelante las penurias de la vida... Voy pensando con dolor central en todo esto. Camino hacia el Albergue en el barrio del Natahoyo. El barrio que suda esfuerzo obrero y que huele a paro y mala suerte negra. Son los barrios de la periferia, los castigados de desempleo. Donde el paro traga vidas con la avidez de un sumidero. Crecen las bolsas de población marginada, donde van a parar el personal despo– jado del derecho de trabajo. Hay un drenaje creciente de trabajadores desocupados en dirección a otras regiones y a otras ciudades. Muchos pasan por los albergues y terminan por adaptarse a esta peregrinación sin llegada ni retorno... La gente burgue– sa es minoría y se reproduce a ritmo desganado. Y se dedican a la masticación de su prosperidad, aunque se disimulen sus excrementos. Su fe cristiana se ha hecho pie– dra angular y habita entre ellos, en sus zonas residenciales. Los compromisos cristia– nos, como los vinos, se suavizan con el tiempo, aumentando de peso, de paz y de panteísmo. Por eso tiende a callar, a sigilar las cosas. Olvidando ser fermento evangé- 320

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