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P. Eusebio Villanueva Conecto de nuevo mi transistor para conocer el resultado de fútbol ... Pero la vida me retira de esa frusilería deportiva. A las 10'30 de la noche se presenta un «monitor» de «REMAR», centro de desintoxicación de la droga. Un joven albergado se ha escapado de «Remar» y está aquí en el albergue. Viene para ayudarle a retornar y continuar su tratamiento. Llamo al interesado, que después de larga conversación se separan. No parecen muy a los acuerdos, y el Monitor se va. No es cediendo como se llega a la recuperación y rehabilitación. Y él había luchado un tiempo. ¿Por qué abandonar en los últimos esfuerzos? Tampoco es cosa de estar dentro del proyecto de cualquier manera. En todo caso toda frustración es inmensamente triste. Una persona sólo se puede refundir, sólo se puede retornar de la adición dura, enfrentando las cosas cara a cara. Y pelearlas cuerpo a cuerpo. A partir de nuestras limitaciones, pero contra ellas... A su tiempo lo pensó todo, lo temió todo, lo quería todo. Y... ahora... lo abandona todo. Eso es casi una muerte anunciada y a no largo plazo. Son ya las 11 h. de la noche cuando llaman a la puerta. Acudo. Un señor me pide información: si ha venido al Albergue un joven con problemas psíquicos. Y no. No ha ingresado nadie en esas circunstancias esta tarde... El Albergue es ya una referencia cuando alguien desaparece en la naturaleza... A las 11 '30 hay un conflicto personal en el dormitorio B. Un joven ha entrado clandestinamente y ha ocupado una cama libre. Y está en crisis epiléptica... ¿Cómo pudo entrar? Con la colaboración de otro para pasar la noche. Ha bebido y está metiéndose con los demás. No le echo, pero le traslado a otro dormitorio. Y mañana se verá su situación. ¿Será el joven que buscaba su familia? Falsea su nombre y no quiere presentar su DNI. Niega tener familiares que le busquen. Jura, como Simón Pedro, no conocer a nadie. Le calmo y le obligo a que se acueste como una persona... Y que tome sus medicinas que ha traído consigo ... Cuando a las 12'25 acudo a la portería, reclamado por el timbre, me encuentro con un joven-viejo. Viene astroso, vestido de ofensa. Cansado de descuidarse a sí mismo. Se rasca el mentón con la mano que no come y en la otra una botella de tintorro a mediacarga. Parece uno de esos individuos terminados a mano y como hecho de mala gana. Se echa un trago de vino tan largo como si se tratara de una apuesta... Y luego de aprobarlo con un chasquido de lengua, se dice: -«!Está buenísimo!» Y me alarga la botella para que se la llene de agua. - «Es para la noche». - Pero ¿dónde duermes? - «En mi chalet particular». Y se va de escampavía, sin hacer más declaraciones y retomando con precau– ciones su botella... La noche devora todo, el hombre y su mundo interior, para vomitarlo con sus sueños al amanecer... Me quedo contemplándole ir hacia el malecón en obras. Como la borrachera era larga y la noche igual. .. todo encajaba para él. En la esquina se paró y allí meó contra el mundo y contra si mismo. El vino, ya desde la gran antigüedad, es el más viejo signo de civilización... Dicho sea. Entre gallos y media noche, a las 5 de la mañana, otra vez a la entrada con mi linterna. Esta vez quien llama es una dotación de la Policía. Enciendo las luces. Traen un «agüelete» borrachito y con la «reidera» ... Es un pobre de tabernón ya conocido en el Albergue. Siempre lleva localizada en diversos sitios su señal de identidad: un esparadrapo tapando brecha de caída etílica. Tiene largas cejas de 306
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