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Las 5 llagas del Señor «lumpen», la escoria, la berredura, de la sociedad, tienen razón. Tienen toda la razón. Pero nada más que la razón y por eso SE EQUIVOCAN. Les falta la dimensión y el sentido de lo sobrenatural, de la mayor parte de cada realidad ... Les falta la mirada evangélica para ver a Dios de «anónimo», de incógnito, de camuflado humano, de hijo de cada hombre. Por eso se equivocan teniendo la razón. Los ojos mostrencos de la cara apenas nos dan la geometría y el color aparente de las cosas. Su moverse y estar. Pero no su vibrar, su sentido, su dirección, sus motivaciones, su «alma» ... Y por eso, esta gente le sigue a Jesús no como creyentes ni católicos principalmente, sino como gentes del Gran Dios entre los que está Jesús como uno de los de «su lado», de los de su grupo... Le siguen como las gaviotas al galerón. Son su séquito natural, sus ovejas encontradas, no sabemos cómo ni cuando... Porque acaso nosotros pertenezcamos al montón del redil, del pastizal o de las rutinas de los caminos trillados ... Dios no suele llamar, o raramente, al hombre a tambor batido... Eso sí, Dios llama a todos. Primero a la existencia y luego a la vida. Después a tantas cosas y en tantas ocasiones como El sabe. !Sí señor sí! Y en muy voz alta. Pues cuando Dios llama a un ser humano a la vida, ya deposita en él una vocación, única, insustituible. Por eso los hombres -y cada hombre- no son una muchedumbre anónima. En cada persona Dios ha abierto un surco donde ha sembrado una llamada. Y es cada mañana que Dios se asoma, se despierta, a la siembra y a la cosecha y a la creatividad en nuestra labranza... Lo malo es que nosotros asistimos impasibles a la masacre de las vocaciones. En este mundo gafoso y cegato, cuántos millones de humanos no hacemos más que sobrevivir a nuestros «negocios», cuentas-cuentos, sin haber tenido la «gracia» de responder a esa llamada única que Dios depositó en nuestro surco... Saint-Exupéry tiene una afirmación rotunda: «Las vocaciones ayudan al hombre a liberarse; pero es también necesario liberar las vocaciones». Crecerlas..., cosecharlas... Cada uno de nosotros debería sentirse interpelado a entrar en su vocación. Cada uno de nosotros está llamado, no a inventar vocaciones para los jóvenes, sino a liberarlas, discernirlas, fortificarlas, «edificarlas» ... !Ah el testimonio!!! Es bien desgraciado que los criterios de discernimiento de nuestra sociedad no sean más que el dinero, el realizarse «socialmente», las situaciones brillantes, la competividad, la búsqueda de empleos bien remunerados social o económicamen– te, o simplemente conseguir un empleo o puesto de trabajo. O en nuestra vida de Iglesia aumentar número, sustituir puestos vacantes, vitalidad de la institución o colectivo... Hay tres objetivos de mira: la persona, Dios y la «obra del Espíritu» el Reino... No está permitido, aunque sea a un dios, dar u ofrecer una esperanza engañosa, a los que sufren o buscan... Qué admirable empresa la de despertar las vocaciones: la suya la primera siempre a renovar; la de un joven a descubrirse en el «entusiasmo» (embriagarse de Dios); la de un obispo o sacerdote a reconvertirse; la de un matrimo– nio que se rematrimonian a cada iniciativa común; la de una persona anciana de quien Dios espera cada mañana actitudes «nuevas» como el amanecer... ¿Escuchamos de veras a Dios que nos dice: «¡Sígueme!»? Y seguirle como en la Biblia... ¿Escuchamos los gemidos del Espíritu que nos suplica: «¡Libérame!». Pues tú me has enterrado en los «pozos de Jacob» de tu indiferencia. Quita las cenizas que has puesto sobre el fuego de mis llamadas?. 287
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