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¡Ábreme, hermano! ¿Por qué preguntarme Las 5 llagas del Señor por la anchura de mi nariz, por el espesor de mis labios, por el color de mi piel, y por el nombre de mis dioses? ¡Ábreme, hermano! No soy un negro, no soy un rojo, no soy un amarillo, no soy un blanco, pues no soy más que un hombre. ¡Ábreme, hermano! ¡Ábreme tu puerta, ábreme tu corazón, pues soy un hombre, el hombre de todos los tiempos, el hombre de todos los cielos, el hombre que se te asemeja! Hoy comienza tarde el cruce de fronteras de la vida. A las 2,30 de la tarde pasa la hermana muerte, ese buldocer de Dios que todo lo nivela a hijos de Dios. Se va para el Padre un anciano de 82 años. Se le ve aldeano, aire y sol, trabajos y sencillez. Natural como una flor del campo. Con Dios ya en un lugar para toda la vida. - «¿Sempiternamente?» - Sempiternamente, sí señor. La familia no ha llegado aún. Pero se lo llevarán para acogerlo a sagrado, que es costumbre vieja del pueblo. Lo devolverán a «su» tierra, su cielo y su aire, su frío y sus calores, su paisaje y su paisanaje... a lo suyo, su campo-santo. Y la de sus antepasados; que los jugos de esa tierra tienen mucho de sudores y polvo humanos... Me vuelven a llamar a las 3, 15h. de la tarde-noche. Otro señor entrado en años y trabajos. Dicen que los muertos nadan de dos en dos. Este sigue sus propios pasos, pero en el camino del anterior y parecido en años: 83. Deja por fin de vivir, como quien tiene derecho al descanso en paz, o algo así... Juntos entrarán a la zona del Padre común para la vida y el gozo plenos. Hermanados también en la soledad final. La tremenda soledad que el hombre lleva consigo, como una sombra proyectada de su contraluz interior, sombra del alma. Tuvo muchos años y tuvo muchas penas, nos dice todavía su cara arrugada y doliente... Los dos eran de esos viejecitos, cuyos ojos no aprueban más la vida por aquí. No buscan la muerte ni la niegan: la aceptan... Y como temiendo un día a olvidarse de morir... Continua el atardecer. Y me encuentro en una habitación un conocido de hace 30 años, allá por Bruselas y en mis años de emigrante... Recordamos tiempos y personas, alegrías y penas, luchas e historias... Los recuerdos son aguas arrastra– das, juntas en el cauce. Cada uno que se va, se lleva un poco de uno... Y los 277
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