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P. Eusebio Villanueva Viernes: 14 Enero 1994: ALBERGUE E n el contraste con el alumbrado público, la noche parece haberse duplicado. Y son ya las 8 h. de la mañana. Ante mi la calle triste y vacía como una mano tendida. Yo entro en el amanecer con los ojos entreabiertos, como los saurios. La lluvia me llora la cara. Pero yo no traigo penas en el alma... Abro mi paraguas y sobre su cúpula negra la lluvia redobla como una mecanó– grafa madrugadora e incansable... El viento valsea hojas por las plazas. Las pudo el invierno, que no el otoño. Siempre mis prisas y las de los que van al trabajo como huidos, como si fuera día de paga... La gente ajusta el horario a estas horas. Jadea el mundo en los sueños y entresueños, sin aire de vida. Jadea la vida sin espacio. Son los autobuses y los coches los que van abriendo el amanecer... Las casas aspiran aire a chorro por sus primeras ventanas entreabiertas. Aspiración y expiración, como los humanos... Se van los sueños y entran los ruidos de Dios, la música de las ciudades, que se ponen a vivir... Aroma salobre del mar cercano, una calle más allá. Y aromas de gentes adormidas, que pasan junto a ti ... Y de pronto el mar, el muelle. Está más quieto que la quijada de un pobre. Las barquichuelas engarzadas por las pasarelas unas a otras, como el collar de perlas del mar en el cuello de la ciudad ... El Albergue se mueve entre claridades, olor de desayunos y gentes con sus bolsas de plástico en la mano. Los rezagados ponen en orden su cama y sus pertenencias escasas. A las 9 h. ya se habrán llovido casi todos por la ciudad ... El aire empuja sin miramientos los nubarrones hacia el sur... Eso quiere decir en habla de pobres, lenguaje de los días de semana: hay que desaparecer a jornalear su vida de andar y ver, de vivir. Para algunos ya vida «acabada». Un muerto no es necesario que sea un cadáver. Puede, con sólo abandonarse, quedarse apoltronado, asimilar– se a un mueble, que engulle a las horas de comer, ser un muerto más... El Albergue es como una madre colectiva y apacible, que pone a sus enfermos en ejercicio. Respirar aire nuevo, andar, mirar, sentirse gente y esperar... La Providencia se levanta cada mañana, mucho antes que nosotros. Y sale a proteger los caminos y las ilusiones de los hombres. La espera es parte del ritmo de la vida. El soliloquio no es bueno y produce gastroenteritis... A eso les envía el Albergue: a ver, respirar, caminar y dialogar por las plazas y por las calles, que la soledad 266
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