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P. Eusebio Villanueva femenino, por fusión en probeta de dos óvulos. La fabricación artificial de zigotos gemelos, en los que uno congelado podría servir en caso de fallo, o de tejidos de recambio, para el otro. Los niños clónicos, etc... Al otro extremo de la vida -cuando la vida no parece ya soportable- las técnicas son menos sofisticadas. Tampoco tienen necesidad de serlo. Se conocen bien los procesos a poner en marcha para que se siga la muerte. ¿Se tiene el derecho de decidir? Y ¿quién puede decidir? Vasto problema, que nos da frío en la espina dorsal. .. Pero hay algo peor. Miembros eminentes del Cuerpo Medica!, como el profesor Bernard -el de la primera implantación de corazón- que reduce la humani– dad a un hatajo de reses en manos del veterinario: «No podemos e incluso no debemos pedir al enfermo elegir el momento preciso de su muerte: eso sería inhumano. Son los médicos y ellos solos quienes pueden decidir cuándo, para un enfermo, ha llegado el momento de morir. Pues ellos sólos son los que tienen una formación que les permita hacer un diagnóstico clínico exacto». Estas son cuestiones radicalmente inéditas que nos saltan a la cara y a la fe en este fin del siglo XX. ¿Qué pensar? ¿Qué decir? Los Obispos y el Papa han hablado. Más exactamente, se lo han preguntado a sí mismos en alta voz. Y, por ello, han puesto cuestiones a todo el mundo, al menos a aquellos que quieran escucharlos. Y lo hacen desde la Fe. Pero no pretenden tener el monopolio de las respuestas a las cuestiones que hoy se proponen. ¿Quién puede quedar insensible a las interrogaciones claves? Estas dos: ¿Delante de tales innovaciones genéticas, están claros los «efectos perversos», es decir, las consecuencias inesperadas reclama– das por los sentimientos, pero permitidas por la técnica? y ¿es en el momento en el que se viene a prohibir a los jueces la condena a muerte, que se van a autorizar a los médicos a darla? ¿Qué hacer por el enfermo? ¿Prolongar su vida, disminuir sus dolores, ayudarle a vivir su tiempo de morir, o darle la muerte? Preguntas en la calle y en las conciencias... Estos problemas nacen de los nuevos medios y técnicas medicales poderosos. La reanimación, el dominio cada vez más perfecto de la anestesia, el enorme progreso para diagnosticar y los tratamientos medicales supereficaces. Con todo eso ¿puede el médico encarnizarse terapeúticamente? Lo que importa es la calidad de vida que esos grandes medios pueden aportar. ¿Hay que pagar en sufrimientos, a veces deshumanizantes, una prolongación de vida irrisoria o una supervivencia subhumana? Aquí viene la angustia de la decisión para los médicos, la familia y el enfermo cuando esté en estado de participar a la decisión ... No valen los principios simples: «Si tengo medios, debo forzosamente emplear– los». No, no necesariamente. «Yo estoy al servicio de la vida». Sí, pero qué calidad de vida. «Yo decido según mi conciencia». Pero actuar según la conciencia: supone reflexión y un proceso colectivo de decisión y finalmente aceptación por todos de la decisión tomada por uno sólo y con incertidumbre... Y toda esa inmensa y dispersa literatura en torno a estos graves temas vienen a recalcar en los valores de la vida y su calidad, en la lucha contra el dolor inútil, en atenuarlo con los analgésicos, en dar tantísimo interés afectivo familiar y de amistad y desde la fe a ese último tramo del vivir humano. Para morir con dignidad y en paz. Y ya esto cuesta un milagro bien difícil el aceptarlo. Ese será nuestro pasaje obligado un día de los días. Somos de las misma carne y 210
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