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P. Eusebio Villanueva También es de signo positivo este roce del vivir que veo en bastantes de ellos. Esa demarcación de territorio, las protestas, el talante, las vibraciones del malhu– mor. Son seres que viven, que sienten y que se sienten sujetos de derechos. Clara manifestación de su intimidad por elemental que sea en muchos. Ahí está viva aún una dignidad personal y una defensa instintiva; una frontera sensible que no se puede ni traspasar ni rozar impunemente. Es su manera de decir «existo», «soy persona», tengo unos derechos. Y de dejar claro su estado de ánimo a tener en cuenta... Se tienen ojos y talantes mucho más viejos que el cuerpo y sus años. Y han descubierto que el pasado no está quieto ni mudo en sus entrañas. Y que a empujones y atropellos han entrado también en la pretendida «cultura de la protesta». Además duerme en ellos un transfondo de cristianismo: «yo también soy hijo de Dios a parte entera», con su destino digno ante El. .. « Nosotros también somos la Patria, Pero ¿quién nos defiende o toma en serio?» ... Hablan como si fueran muchos... y lo son. Todo esto son señales de IDENTIDAD, signos y caminos de vuelta, de recupe– ración para personas aún con tiempo por delante. Habrá que apoyar y valorar ante ellos tantas cosas y encauzar -desde ya- para que no sea agua derramada... Una señora, habitual de la casa, tose descosidamente, casi ferozmente. Esos bronquios están maltratados por el tabaco, el alcohol y las intemperies pasadas. La digo a mi paso: - ¡Cuidado con los respiraderos!, que no hay repuestos... Y me contesta resignadamente: -«esto ya no tiene cura, aunque si podría tener alivio... Pero ya es tarde para remediar» ... Y se congestiona y lamenta, como lo han hecho todos los profetas mayores y menores de la Historia Sagrada ante el Señor. Es la pequeña historia de esos sinceramientos que huelen a temblores auténticos... iEs verdad. En muchas de estas vidas es tarde para «tántas cosas»! ¡Dios, Dios-Padre, Tú, que no eres juez de las ruinas del alma y de sus grietas, te veo afanoso atropando con tus manos de ternura tantos hijos doloridos y mal-amados de la vida llegándose a Tí empujados por las mareas de la pobreza, el olvido y la marginación de esta tierra tan atropellada. Ella los ha herido, y herido feo, en sus carnes y en su alma. Quisiera estar ahí, aquí, con mis verdades penúltimas y últimas, con mis minúsculas maneras de ayuda, con mis sellos personales de amor... Hoy hacemos memoria de San Pedro Claver. Apóstol de los esclavos en Cartagena de Indias. Fué, en el decir de sus contemporáneos, el «esclavo de los esclavos». Durante 33 años en servicio a los seres más desheredados de la tierra: los esclavos negros arrancados de Africa, enfermos, destrozados. El se entregó a aquella pobre humanidad. Y lo hizo a fondo perdido. Ayuda a los negros cuando y como le dejan y era posible, a los presos de la Inquisición, a los extranjeros apresados por las naves españolas... Todos no somos iguales, los que sufren y son despreciados tienen prioridad absoluta para él. Atiende a los apestados y, al fin, le invade a él la parálisis. Se hace atar sobre un caballo y continúa visitándoles. Verle era un espectáculo estremecedor. El Papa León XI 11, cuando le canonizó, dijo: «es la vida que más me ha impresionado después de Cristo». ¡Gracias, mi Señor, por la existencia de S. Pedro Claver! ¡Ojalá!, nos multipliquemos en algo de éste «amor-servicio» como los panes del Evangelio. ¡Ojalá! tuviéramos unas cuantas «fotocopias» de este San Pedro Claver en la Iglesia... Otro gallo nos cantaría en la Pasión, pero no por la triple negación ... 20

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