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Las 5 llagas del Señor rutinario, corriente. Pero la verdad es que uno queda reducido a tan poca cosa y tan abandonada, como cáscara de plátano vacía, disfrutada ya. A veces tengo la impresión de que es una soledad de soledades... ¿Tan postrímero lo ves? Digo: «ni una nada veo» ... Visito algunas salas en que hay enfermos más graves y saludo a los familiares. También a aquellos que desean comulgar esta tarde. A las 7 en punto celebro la Misa en la Capilla y después distribuyo las 6 comuniones solicitadas. Y administro una Santa Unción. A las 7'55 llamada a través del «Busca» a Urgencias-Paradas... Me encuentro con una señora que acaba de fallecer. Inmensamente gruesa y muy abandonada en su higiene personal. ¿Es gitana? Lo parece, pero no lo saben. No está presente ningún familiar. Pongo mi alma en la oración y sacramento de acompañamiento. El Padre sabrá darla con gozo lo que la vida y sus complicaciones no supo y no pudo darla. Se acabó para ella el hambre y sed de justicia. Habrá bebido hasta saciarse del pozo de Dios, en su Hogar de Padre. Estas experiencias cambiantes, de vivos y muertos me interpelan y sostienen en la Fe. Nunca me la cuestionan. Aunque a veces como que le pido cuentas a Dios para ver más claro... En realidad se ve desde aquí el Jordán de Jesús, ese canal mayor de Dios, que va llevando a su mar nuestras pobres vidas en recogida. Me reclaman la presencia a Centralita por el «busca». Son las 8'50 horas de la tarde. Me espera un sacerdote para que le acompañe a visitar una enferma. Me hago presente y nos reconocemos. Hace 25 años trabajamos con otros 5 curas como obreros en Gijón. Es grato recordar aquellos años. La vida es breve y la lucha larga. Aquellos años de la bella «Utopía», donde uno era feliz de lo poco que se tenía y de lo que no se quería tener. Cuando uno trabajaba duro y masticaba el trozo de «pan» que Dios nos daba a la paz de El. Y hablábamos, nos esforzába– mos por hablar palabras sencillas, cotidianas, inmortales, como si estuviéramos distribuyendo pan. Aquellos años de obrero los he vivido intensa y extensamente. Nunca sufrí y fui tan feliz, como entonces. Uno vivía de aquella mística obrera cristiana, que nunca se ha marchitado del todo, que se ha ido madurando, decantando. Hallaba a Dios bajo cada piedra que levantaba, en cada trabajo que hacía. Llamaba a una puerta y era Dios quien la abría. Miraba a los ojos y veía en las pupilas a Dios que me sonreía. Tenía confianza en Dios y en el obrero compañero del alma. Era así aquella teología de juventud hecha de materiales de teologías librescas y experiencias de vida. Era y sigue siendo. Las lágrimas me llegan con los recuerdos... Espero haber sido un mediano buey de labranza para las sementeras que El ha ido haciendo en mis días, oficios y destinos. Soy un hombre; es decir, algo que siempre tiene prisa de aquí para allá. La obscuridad ha caído de golpe desde lo alto del cielo y ha ascendido desde la tierra y cubre el mundo. La noche, la oscura hija de Dios con sus pesadas nubes cargadas de aguas. Llueve torrencialmente. Las aguas viriles del cielo caen para unirse con las aguas femeninas de la tierra. Es de paz y fecundidad esta noche. Todo reposa y se agranda, tanto las piedras como las aguas y las almas... Recuerdo, al mirar por la ventana, aquellos versos de Neruda: «¡Qué noche tan grande, qué tierra tan sola!» 197
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