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P. Eusebio Villanueva Viernes: 3 Dic. 1993: ALBERGUE -SAN FRANCISCO JAVIER- H oy, con-memoramos a San Francisco Javier. Nació encastillado en Javier. Pero las armas y los castillos no dan para mucho ni para mucho tiempo. Se va a París a hacer carrera en el otro poder: el saber. Ignacio de Loyola y la vaciedad de esa gloria perseguida le desvían a otro camino, el de la «ad mayorem Dei gloriam». Se hace un viajero de la Buena Noticia, para quien el mundo es demasiado pequeño y el tiempo demasiado corto. Su vida no será nunca la «defensa acastillada», sino la «conquista» expansión de vida para ensanchar la Iglesia. Hasta que muere consumido de ansias y de fiebres frente a China. Me subyuga esta impaciencia y estilo de ser. No soporto lo blando, lo perezoso, lo rutinario, lo «siempre se hizo así», lo «conservadurismo congelado». Amo lo vivo y creativo. Este fue Francisco Javier: un ansia a lo divino. En la Iglesia nuestra, ese espíritu, es necesario de primerísima necesidad. El entusiasmo (su raíz es «poseído de la divinidad») de Javier fue por delante de la prudencia del fundador, Ignacio de Loyola. Hoy, la «divina impaciencia» se ha reaposentado, se ha hecho conventual, se ha instalado (aunque cada vez menos) en «santa conservaduría». Pero esto cambiará, porque el Espíritu, de los «vestigios humillados» siempre sacó su «fuerza pentecostal» y sus portavoces más fecun– dos... La Hagiografía lo prueba en cada página escrita o en la memoria del Padre... Basta leer y ver. Y allá me voy al Albergue. Tengo prisas esta mañana. Tengo que visitar, terminado el trabajo, a una señora del Albergue, mayor y pachucha, internada en el Hospital de Jove. Una neumonía, fruto del tiempo. Algo bastante serio por las complicaciones con otros trastornos que viene padeciendo. Está muy agotada. Yo diría deteriorada. Hace tiempo que venía tosiendo en el número 7 de la escala de Richter. Es un decir. Allá la encuentro acurrucada en su cama, en volumen de niña asustada. Alegría e inmensa sorpresa cuando me ve entrar. Cierto que no se lo esperaba. Algo inesperado para ella, como la contestación a un rezo. Y de inmediato todos los de la Sala se enteraron de que a ella la visitaba el «padre», el cura. 172

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