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Las 5 llagas del Señor cuando ya han muerto... Como último servicio del hospital a las creencias persona– les, a la vida. Por eso el empeño de estos en mentalizar a la gente para que se celebre algo consciente y responsable. Pero lo más habitual es el miedo a enfrentarse con la posible relidad lo que les hace posponer, demorar los sacramen– tos de acompañamiento en esos momentos... Sin embargo hay una lógica en la preparación en ese vivir el morir... También como fenómeno humano, no sólo cristiano. Aceptar la muerte con una interpreta– ción positiva. Y esto antes de que se haga anunciada esa muerte. Como una última etapa de crecimiento cristiano. En tiempos de muestras viejos cristianos, la vejez era ya una preparación. El retiro, la vida pausada y serena, las recogidas del velamen de actividades, una cierta vida interior y piadosa, era todo un programa. Se iban apagándose entre los suyos, en el entorno securizante familiar. La muerte vivida así tenía una interpreta– ción positiva... Era una manera de realizarse, como realización son todos los aconteceres de la vida. Para los creyentes la muerte es el camino de la Vida total, plena. La muerte, desde la fe, es lo más creativo, lo más fecundo. Porque es la entrada, el nacimiento en resurrección. La última y definitiva y eterna etapa de la vida. Todo lo anterior ha sido una sucesiva gestación, maduración, crecimiento, preparación para la Vida. Todo lo anterior ha sido transitorio, provisionalmente providencial, hasta cierto punto, embrionario... hasta hacerse hijo de Dios adulto... Por eso vivir en la serenidad este acontecimiento seguro, pero sorpresivo, del día y la hora de nuestro morir-nacer... No es simplemente asegurar la «salvación» y escapar a la «condenación», esa vieja zanahoria que ya no engaña al burro. Es más bella la realidad de nuestro crecimiento en Cristo progresivo y la gratuidad del Padre como fin nuestro, que esos riesgos de cruzar el abismo sobre un alambre... Es una tarea pues de liberación. Un ir liberándonos de esta otra placenta que nos envuelve y a la que nos agarramos umbilicalmente por los 5 sentidos. Desasiéndonos, sin menos-precio y en gratitud, de las personas, de las cosas, de las ambiciones y de los orgullos. De tantas cosas que llenan provisionalmente nuestro vivir cotidiano. Sabiendo que en la nueva dimensión de la vida a la que se pasa, es lugar de reencuentro eterno de todo lo que se ha amado. Sólo el amor se eterniza y aquello que ha sustentado el amor. Un amor que es pasaporte, pa– samontañas y pasa eternidades, que es contenido de la «bienaventuranza». No se estará muerto más que para el Registro Civil, esa minucia de aquí... Por eso este mi servicio como capellán me hace anticipar lo que será mi morir. Bueno para ir aprendiendo a vivir mi morir. Por eso es tan importante el «ahora» en que puedo amar sirviendo paz y esperanza, viviendo serenamente mi caminar perso– nal. Y lo que tendrá que llegar, llegará a la paz de Dios... Es por esto que encuentro fabuloso esa proclamación de los MANDAMIENTOS DE LOS SERVIDORES DE LOS ENFERMOS, que quiero transcribir aquí: 1.- Honrarás la dignidad y lo sagrado de mi persona, imagen de Cristo. 2.- Me servirás, como afectuosa y tierna madre, con todo tu corazón, con toda tu inteligencia, con toda tu fantasía, con todas tus fuerzas y con todo tu tiempo. 3.- Acuérdate de olvidarte de tí mismo. Cuídame como quisieras ser atendido tú. 4.- No nombrarás el nombre del amor en vano. Hablarás preferentemente con los pies, las rodillas y, sobre todo, con las manos. 165

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