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Las 5 llagas del Señor Y tu me odias, tu me desprecias. ¿Cuándo cesarás de juzgarme? Acéptame en tu corazón, lo necesito. Yo no tengo suerte como tú. Lo poco que yo pido, es que me aceptes. iUn día, un día tú comprenderás que yo soy como tú, que yo soy como tú! «Es el grito de Dios a cada uno de nosotros desde todos los marginados, desde «las 5 llagas del Señor» y desde sus Santas Escrituras... A las 8'30 cenamos juntos todos los alberguistas una sopa calentita que sube unos grados de temperatura y «bocatas» sabrosos de queso-jamón York-salchichón. Hace frío y todo sienta como a la mesa de Dios. Luego colacao y galletas... Caras nuevas en vidas viejas... Y dos gitanas con dos niñas lindas y kikirikís vienen a cenar. Las Hermanas las acogen con detallado cariño y en coche las llevan a dormir a la Cocina Económica con habitación para ellas solas. Están alegres... Hay paraisos materiales que son infiernos familiares, y, a veces, los pobres saben sonreir y sacar felicidad de las pequeñas cosas de la vida. Porque estos lo aprovechan todo, por pequeños que sea los jugos del vivir. La felicidad nace de toda ternura compartida y de esto los pobres en familia no son avaros; cuando sus vidas son pobres, pero no demo– lidas como en estas gitanas. Suben a la furgoneta que las lleva entre risas infantiles. A las 1Ovoy apagando las luces por los dormitorios y dando las buenas noches. Sólo unos pocos se han quedado a «soñar» la vida ante la película de la Tele. Termi– nan de llegar algunos que «cenado» fuera se acogen presurosos-tardíos a techo y calor de cama. Sin quizá han preferido la «calefacción del vinillo» al de la sopa. Y porque un día a la semana no hace semana... A las 12'15 h. de la noche cierro la tele ya sin ojos delante. Y comienza la larga noche y la espera. Son las 2 de la madrugada cuando llega el primero. Un joven con pelo largo como un Cristo de retablo. Es gitano de raza y rasgos. Es todo su pueblo en la mirada. Parece un ser solitario abandonado por su tribu o voluntariamente desviado de sus caminos y circuitos por causas desconocidas. El acento sin territorio de sus palabras lo hace más extraño y desamparado. Me dice conocer ya el Albergue y sien– te confianza como si lo apadrinaran. Noche tranquila. La brisa del mar gélida recorriendo el barrio dormido, tranquilo, lleno de gatos y tinieblas. El frío hace de furgón de recogida. Todos para adentro, al socaire de sus sueños arrebujados. Como de costumbre, a las 6'15 de la mañana me afeito y lavo y ordeno el entorno del cuarto de guardia. Y a las 7 abro la portería al señor que trabaja en el refugio de animales municipal. .. Todo en paz bajo las mantas y el frío. Yo me preparo a regresar para ir a la Cárcel de Villabona con el grupo del Voluntariado. A las 8 enciendo las luces de los dormitorios, entrego las llaves y me pongo en camino. Todavía es reino de la noche y las luces municipales del alumbrado público. El amanecer viene frío de huesos. Los muelles desiertos. Hay reflejos de luces en las aguas mugrientas. Dos o tres lanchones amarrados con gruesos cabos a las bitas ferruginosas de los muelles. Más allá barquitos de pesca y recreo... Entro en la ciudad mirando todo, como para empezar a hacerla de nuevo, despacito. O para ayudar a deshacerla en los viejos caserones, pero rápido... A esta hora la ciudad es mía, o casi. Vacías sus calles... 161
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