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Las 5 llagas del Señor Jueves: 25 Nov. 1993: ALBERGUE P ara mí, la oración de la mañana es algo tonificante y fresco como el amanecer. Es lo que me da la tonalidad anímica para toda la jornada. Por eso me va, me reactiva, mi caminata-reflexión de media hora camino del albergue. También el asistir, con ojo contemplativo, al movimiento humano de la ciudad, esos que mueven la activi– dad de la «colmena», es un buen estimulante «químico» y espiritual, que despierta, agita y mezcla mi reflexión interior. Se ora y se alaba bien, con gozo, al Señor entre los humanos que a estas horas reviven a los afanes y se forma parte integrante de de ese río humano mañanero. El rato de oración conventual sirve de «carga» de voltaje espiri– tual. Pero el entreverarse por las calles matinales, entre el personal activo, es una gozo– sa «descarga». No sé lo que dirán los»maestros» de la vida espiritual, huraños y enco– gidos, de rincón. La verdad es que tampoco me importan mucho las destilaciones ascé– ticas de su masa encefálica cuajada de neuronas estudiosas en soledad. Hablan del programa espiritual a seguir y de los caminos de Dios, como quien está explicando las costumbres de su cuñado. Saben todo de Dios: vida, milagros, intenciones y deseos... Leía esta mañana en mi Biblia, en I Reyes (3,5) la oración del joven Salomón pidiendo la sabiduria: «Da a tu siervo un corazón que escucha». ¡Maravilloso! Sencillamente maravilloso. Algo para rumiar pausadamente, sapiencialmente, du– rante toda la jornada. ¡Cierto!, sólo se escucha bien, de verdad, con el corazón ... ¡Señor, dame también a mí un corazón que escuche!. Es importante la mirada. Es ella la que abre toda acogida y todo encuentro. Y también cierto que sólo se ve bien con el corazón. Ella puede cambiar el hombre, al que es mirado y al que mira. Pero hay que dar unos pasos hacia adelante. Aquello de lo que el ser humano en su dignidad tiene más urgencia, es que alguien le haga atención. Se fije en él. Por eso a la limpia mirada se debe unir para ello, la escucha. Una escucha suficiente y acogedora, que permita al «otro» existir verdaderamente ante tí. Y esto exige tiempo y amor... Por eso Orar es escuchar a Dios, que se hace silencio para escucharnos... Es una lección que se puede aprender bien en la escuela de los pobres. Ellos hablan de muchas maneras, hasta con el silencio. Yo tengo el vicio y el castigo de las prisas. El tiempo ni me llega ni me dura nada... Por eso he tenido que hacer esfuerzos y controlarme en el Albergue... en el hospital ... en la cárcel. Es un defecto 153
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