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P. Eusebio Villanueva Rapidamente responde Mary: - ¡Ah, ya sé! Dios es un Corazón... Los ojos, los oidos, los deditos y el corazón de los niños todavía están en sensibi– lidad directa con Dios. Por eso nuestra tarea cristiana -pensaba yo acercándome al albergue entre las sombras de la noche y el alumbrado callejero- nuestra tarea de cristianos es reaprender a mirar, a oir, a sentir y a amar, como los niños... He aquí un largo tema que he estado mascando durante esta «noche de guardia» en el Albergue.¿Cómo reencontrar unos ojos de niño? Pero mirar, lo mismo que escuchar, sentir o palpar, es precisamente una actitud instintiva, algo que no se aprende. Recibi– do en el primer suspiro de vida. Nadie como un niño tiene tanta disponibilidad, tanta receptividad. Pero ¿reencontrar unos ojos de niño es posible a los adultos apresura– dos, desencajados por la eficacia y habituados a medir todo al primer golpe de ojo? Y ¿cómo? Abramos todo grande nuestro corazón. Y entonces la sonrisa responderá a la sonrisa, la mano se tenderá a la mano que la busca, los otros dejarán de ser extra– ños de los que se desconfía. Entonces la tierra será vivable... La mirada interior, la del corazón, es la que abre los ojos. «Sólo se ve bien con el corazón», decía Saint-Exupery. Sólo entonces nuestro mirar encontrará mejor el de Jesús en el Evangelio. Es un buen ejercicio echar una mirada al «albergue» que Jesús había abierto en su corazón de Hermano mayor. Tiene razón Mary a sus 4 añitos: «Ya sé, Dios es un corazón» ... Abrimos el «albergue de Jesús» y vemos. Ir en busca del mirar de Jesús a través del Evangelio es encontrarse al borde de un lago y encontrarse con «alguien» ... Una sonrisa: «¡Seguidme!» Y los ojos, exactamente los ojos, que habitan en vuestro corazón: Es llamarse Pedro y Andrés, Santiago o Juan, y marcharse sobre la ruta en su seguimiento, sin saber a dónde os llevará..a causa de sus ojos... Quizá un día, subirse a un árbol para ver pasar al que tenía que venir. Y ver alguien pararse bajo el árbol y mirar al que está allí subido. Es ser Zaqueo que baja corriendo. Es cómodo ser pequeño para ir a su encuentro. Y oir que te dice «Es en tu casa que yo deseo hospedarme hoy» ... Conocer en su mirada las miserias de uno. Sentir que las monedas caen de tus manos a las de los pobres, a los que nunca se les mira. Sentirse rehabilitado, liberado bajo esa mirada que transforma vuestro corazón. Quizá sea verse arrastrado por los bienpensados e hipócritas. Y escuchar, con el corazón saltando, las palabras «el que esté sin pecado que le arroje la primera pie– dra». Y cuando todos se han ido: «mujer,¿nadie te ha condenado? Yo tampoco». Sentir la frescura de una mirada bautismal que limpia todo y verse así amada en esos ojos. Llamarse Magdalena, la Samaritana o la mujer adúltera... Quizá, acaso un día de confusión, de tristeza profunda, de miedo, olvidar que se le amaba y se le quería seguir hasta el fin, y negar el sello puesto sobre su corazón. Y en seguida encontrarse de nuevo con esa mirada que se conoce bien y sentirse cogido en ella. Es ser Pedro y saber que esa mirada no se puede olvidar. Y que es fiel más allá de nuestras infidelidades y que nos ama en el corazón mismo de nuestro no-amor. Esa mirada está ahí en nuestras vidas. Pero para encontrarla debe cambiar nues– tro propio mirar. Por eso nuestra oración, pedir la mirada de Jesús para nuestros ojos. Sólo así veremos a los demás como hermanos, en este grande e inhóspito albergue del mundo... Esta tarde he celebrado la Misa de Cristo-Rey en nuestra Parroquia. El Evangelio 140

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