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P. Eusebio Villanueva un alma en pena, parece la pena de un alma. Pretendo levantarla el ánimo, pero lleva caido como las medias y lo arrastra como sus zapatillas. Es un andar lento de cha-cha-cha, que no llegará nunca. Pero luego llega siempre y a su tiempo. En el dormitorio hay inundación de bombero. El «bello» durmiente se ha largado de estampida a la calle muy amanecido. Vino anoche bien cargado de vinos y de sidras y ha inundado la cama y sus costas litorales. Ha abierto un armario y lo ha anegado también. Igual se pensó que el armario era un excusado... Vete a ver... El señor R. me comenta: «Cuando el hombre pierde la vergüenza es peor que los animales. Pero no vaya a creer, un cacho largo peor que los animales. Darle palos a éste es honrarle de consideración. Esperemos que no vuelva más.». Limpio y ventilo la Sala de la televisión. Se enciende la estufa de petróleo. Ayer ha ingresado un recién operado y otro señor anciano encogido por los fríos. Pasarán a la Sala para estar tranquilos al calor y cómodos en los butacones hasta la hora de la comida. Ni salen, ni es humano que se congelen en el patio siberiano a estas horas tiritonas del amanecer. El ritmo de asistencia en el Albergue sigue nutrido. El invierno anunciado hace recalar a puerto a estos barcos de cabotaje. Aquí hay comida caliente, cama limpia y ropa lavada y de repuestos del tiempo. Duchas para asearse y Tele para matar bien muerto el tiempo vago y sus sobrantes. Hoy ando con prisas. Tengo que sustituir en el Hospital a un capellán durante 4 horas. De vuelta a casa, me encuentro con un antiguo compañero de trabajo en Bruselas. Ha cruzado la calle y me echa esta pregunta: - «¿Sabes quién soy?» El me ha reconocido enseguida. Pero duda que yo le recuerde. Me quedo mirándole con atención y todo renace en mi memoria lejana: ¡Adolfo! Efectivamente, es Adolfo. Hace 30 años que no nos veíamos. Trabajábamos juntos en una fábrica de cartonaje -Vanneste-Brel- en Bruselas. En el mismo trabajo de manutención. Es una de las personas, con su familia, que dejaron en mí un recuerdo fantástico de compañerismo y amistad. Asturiano y antiguo trabajador de la mina, es una persona sana, compañero formidable. De cuando en cuando a la salida del trabajo nos parábamos a bebernos una «estellina». Como a buen minero la cerveza le sabia a gloria destilada. iY así debe ser! Era un buen y eficaz trabajador. Le gustaba cantar mientras trabajaba para rebajar y fragmentar el ruido chirriante de las máquinas. Tenía preferencias por «el relicario» ... y el «pisa morena» ... que él retorneaba mientras manejaba la charreta «la Lola». El Sábado era un buen trozo de su mundo y, a su vez, un mundo de todo: sábado-sueño, sábado-centro asturiano, sábado-cubata, sábado con anverso y reverso en armonía de contrarios. Inolvidable Adolfo. Una pena que la vida nos vaya trayendo y llevando como hojas al viento. En mi memorial de amistad tengo tal riqueza de amigos y compañe– ros en número y calidad, que es inmenso e inmerecido. La estima de compañerismo anestesiaba las diferencias... ¡Ah, la vida!. El tiempo nos va cambiando. Ayer nos cambió de trajes, de oficios. Luego de compañeros, de palabras. Después nos cambió los rostros, la piel misma, las canas. Nos separó y nos alejó... Hasta que termina uno por no ser nadie ante nadie. Sin cuándo y sin dónde... Sin ir a ningún sitio ni regresar de nada. Aparcado y con horario de estacionamiento... 134
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