BCCCAP00000000000000000000555
P. Eusebio Villanueva oliendo a Padre-Madre-Dios. Como hilitos caídos del cabello de Dios, entre la ternura de El y de los hombres... Testigos de ese amor cotidiano que El nos dice en «llantinas» y ojos grandes y asombrados y confiados... Impresionante, y yo diría angustiante, las Salas de Urgencias y la UCI con sus esfuerzos desesperados por sobrevivir y vivir en instantes decisivos: cuerpo y alma, ciencia y cariño, fe y esperanza... El espectáculo es «normal» en sus habitaciones de enfermos y convalencias, de visitantes atristados o preocupados y la eficacia y cordialidad de los profesionales de la salud... Así voy tomando conciencia de esta nueva realidad en mi trabajo pastoral de la salud en esta otra «llaga del señor» Jesús... ¡El HOSPITAL! «Torre de babel» de la técnica. Mundo cerrado, donde las venta– nas son sobre la vida de un lado y sobre la muerte del otro. La muerte es un hecho de la vida. Y desde la fe, la Vida es un hecho de la muerte. El proverbio chino nos dice nuestra propia experiencia: «la vida es el sendero de la muerte; la muerte es el sende- ro de la vida» ... La muerte es la contracara quieta de la vida. Tamaño crepúsculo o tamaño aurora... según desde qué lado se la mire... Personalmente no me asusta la muerte propia ni me sobreimpresiona la de los otros. No la tengo miedo, aunque me deje lleno de preguntas. Los moribundos y los muertos menos todavía... La muerte no está en los muertos, es la última gota de la vida. Y, como la última gota del vaso, es agua todavía... La muerte muerde y se va. Morir para un cristiano es «irse» a otros modos de existencia y a otra «casa», las del Padre... Pero el hospital es sobre todo el mundo de la vida y de la calidad de esa vida. Es el encuentro con el dolor y el amor, con la ciencia de sanidad y el servicio eficaz, con la esperanza y el conocimiento de la propia realidad. Yo no pertenezco a otro mundo que el de donde otros sufren en este momento. La enfermedad está en la naturaleza. Y, todos sin exc;eo1c1c1n somos los hijos de esa misma naturaleza, que nos hace vivir y amar la vida y que a veces nos maltrata indife– rentemente. Reconocer esa condición común no impide reconocer también las disparidades. iLas penas y las alegrías, la debilidad y la fuerza, están tan inegalmente repartidas! ¿Qué es la salud, sino el surplús de fuerza de que podemos momentánea– mente disponer para dirigirla hacia fuera, hacia los otros? Mientras que el enfermo, replegado alrededor de sus fuerzas profundas, no puede más que recibir o transferir. Y esto es algo maravillloso dentro del dolor... Porque si un padre, o el médico, o el sacerdote, o el amigo... ,-formas de «paterni– dad»- visita a un enfermo/a su ánimo y su mano «inyecta» coraje, estimula las ener– gías positivas: «¡Hay que vencer! La corriente va del más fuerte al más débil. .. Por el contrario, la madre, la esposa, la hermana, la novia... las mujeres «drenan» hacia ellas, absorven, lo que hay de tristeza, de dolor, de angustia, de mal, por el simple tocar y estar junto a... en misterio de «corredención» ... Es el misterio del amor y la unión, que está en la frontera del misterio de Dios. Hoy se habla mucho -en el ámbito eclesial- de la mujer: «sacerdote sí o sacerdote no». No es tema de aquí. Pero sí quiero afirmar mi clara experiencia de que en el caminar humano del dolor y de la marginación he encontrado muchos más valores «sacerdotales» en la mujer que en el hombre «ministerial». Pero muchos más. Los vivos como los muertos son «masa fermentativa» del pueblo de Dios... Pero, estar enfermo, es más duro para las personas generosas, que antes de la enfermedad, les gustaba dar y darse, comunicar, actuar. Ahora bien, es ahí donde 126
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz