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P. Eusebio Villanueva Algunos morirán de muerte blanca, o sea, de olvido, de seguir aguantando hasta que se rompa la cuerda del violín. Más confundidos que perro en un tiroteo, sin saber qué hacer ni para dónde ir. Con ese sentimiento de desamparo, de haber llegado tarde a la vida o no haber llegado adecuadamente. Como el señor inválido, como J., transeunte y a los tumbos desde hace 3 años, motiloneado al rape y con los riñones amasijados. O el señor J. un viejo terminal, que no termina de terminar. O T., desgreñado, tartaja, alcohólico y para cualquier último rincón y penúltimo momento... O la señora M., con sus manos tembloronas y sus dedos tan arrugados como sarmientos de viña de con– vento... Tantos que pasan... La puerta de este Albergue es una clase de puerto para bastantes. Mucho más que una posada alternativa a una mala noche fuera. Para mí el albergue es un venta– nal abierto hacia el ser humano y un úmbral hacia mi interior. Para sentirme aquí también un ínstrumento útil en las manos de Dios al servicio de los demás. Para no apropiarme indebidamente la salvación de Dios. No, No, al menos, entre estos margi– nados por la ley y con todas las de la ley. No quiero ser caridad vertical, que humilla, sino solidaridad horizontal, que ayuda. Y esto sólo se logra cuando uno se hace uten– silio en las manos de Dios. Te eleva siempre sobre la línea de tu flotación. Lo que no quita el vaivén de la galerna... Pero así navegan estos marginados entre el mar de los «sargazos» de esta sociedad: las voces huecas de los políticos-votos que al hablar mueven su papada de pelícanos, y los clérigos que crotoran como cigüeñas sagradas textos bíblicos, y los uniformados kaki-la-patria... Y ellos, los marginados, ahí están y continuan sobreviviendo ¿hasta cuándo? Es pregunta que no se hacen. Están y basta. Al día. Ahora y aquí. El poeta Salinas decía: «ia rama tiene sus pájaros fieles porque no ata: ofrece». Eso quiere ser el Albergue. Y además deja el ejercicio de libertad, porque en su ham– bre y en sus desgracias mandan ellos a su aire y a su dignidad. - Luego... ¡apaga y vámonos! - ¿A dónde? - Eso es lo que me gustaría saber a mí. .. El señor ruso y sus hijos se han trasladado a una pensión en la ciudad. Aunque por el momento desean poder seguir viniendo al Albergue para las comidas. Luchan por integrarse y situarse en la sociedad de aquí. Son obreros y lo conseguirán... Pido a San Josafat, cuya fiesta hoy celebramos y hacemos memoria la cristian– dad, que les eche en ayuda sus dos manos bendecidoras. El nació en las tierras donde vivían estos «rusos». En Ucrania... Nació San Josafat en la ciudad de Vladimir. Ciudad levantada de iglesias y monasterios. Hace ya unos 20 años que hice oración interior y en pie en alguna de sus igiesias desmanteladas, pero bien decoradas de iconos sus paredes. El, San Josafat, supo mucho en sus pies del peregrinar de un lado para otro. El sufrió en sus carnes las de las privaciones de la vida. El lloró también la prohibición de decir lo que pensaba y vivir lo que sentía. El también miró a los hombres caminando en fila, avanzando unos tras otros, hasta el infinito mundo. El ya se hace cargo de lo que es trasterrarse y querer volver a comenzar y hacer nueva memoria. El también fué peatón de reinos perdidos, uno que vió demasiado. Y dió testimonio de ello hasta con su sangre derramada a hachazos. El bien supo de nuestros métodos «leñadores» por estos mundos de avaricias y prepotencias... Lo supo bien... 124

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