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Las 5 llagas del Señor un banco. Pero sí demasiado para quien vive al día. Es -me dicen- la primera vez que roban dentro del Albergue. Esto disgusta al personal. Nada se puede hacer, porque aquellos se perdieron en la natura al levantarse. Hay una ley no escrita, un código de dignidad tácito que se respeta: «no robarás en el Albergue». Pero a veces puede llegar alguno que se hace sordo de la vista y del oído completamente ciego. Y además la vida siempre termina pasando la factura. Nos lo dice de otra manera un poeta de Africa negra, Bamileke: «en la trampa de un pobre sólo cae su perro». Es como tirar piedras sobre el propio tejado y gozarse con la puntería... La mañana cala frío y destila disgusto por todo esto. Es achaque de estos tiempos entre los humanos: vivimos en contacto, pero nos desconocemos y no tenemos la decencia de aceptarnos. Peor aún si encima nos hacemos daño con saña y premeditación... Esto es como un remanso, donde hay aguas que quedan y aguas que se van, se desbordan por otros cauces. A veces empujadas por las que llegan. El Albergue es lugar de estancia y de paso: con parada y fonda. Y luego «carretera y manta». Siento muy adentro la copla: «¡qué pena me da! el puente siempre queda y el agua siempre se va» ... Esto no quiere decir que sea preferible la continuidad de las personas conoci– das. El Albergue es un servicio para los transeuntes, para las emergencias, para las «sin salida» ... Es absurda profesión y justicia aquella del hombre que decía: «me gustan tanto los pobres para ayudarlos, que siempre me parece que no hay suficiente cantidad». La solidaridad es un buen fin; pero de ninguna manera un ídolo. El egoísmo -por otra parte- es una «metástasis» que se lo está devorando todo en esta sociedad. Por eso, cuando uno va viendo por aquí y por allá tanta gente del Evangelio que ama y sirve en gratuidad, que hace voluntariado, que se aprojima de los margina– dos, uno se siente como más esperanzado. Uno se siente hijo de la luz y del aire, del amor y de la esperanza. Uno siente que no está solo. Que ya nunca estará solo. Que puede haber muchos que mueren de «mio-cardio». Pero que también hay bastantes que se agotan de «tuyo-cardio». Y son estos los que aportan a la humanidad una suerte de subvención, de ayuda solidaria, que da más confianza en el futuro común. Y uno tampoco se contempla como una gaviota-espectador de esas que se posan en los tejados del albergue. Ellas, en los otros momentos, resisten el furor del mar vecino, «sin resistir», dejándose ir, vaguear. Así no, a este mundo de los marginados hay que llevar coraje, resistencia, fe que levanta por dentro, ejercicio de la dignidad compartiéndola con la de ellos. El cielo se desventra en mansa lluvia constante, que acorrala bajo los coberti– zos o la sala. Y ya se sabe, basta una lluvia para que la gente entre en filosofías ... Yo no puedo decir como la Madre Teresa de Calcuta: «yo no soy más que un pequeño lápiz en manos de Dios». Pero si ando cerca de su consejo: «Cuando aceptes una tarea, llévala a término con gozo. Sino, no la aceptes». Le digo ¡adiós! a un señorín que, demasiadas veces camina «ladeado del trago» y mucha soledad y años encima. ¡El otro día me dijo, como respuesta al saludo, y que es toda una profesión de fe: 113

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