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Las 5 llagas del Señor - Mira, Juanito... una hormiguita-bebé en el cristal. ¡Es linda! - Hace tiempo que la estoy mirando, mamá... - Y ¿cómo es que yo no la he visto antes? - Porque eres demasiado grande para verlo, mamá... Esa hormiguita-bebé somos nosotros, nuestra pequeña vida, la de estas gentes del Albergue tan ninguneados y olvidados. Pero Dios tiene ojos de niño para verlos todo el tiempo de sus vidas... con cariño de Padre. Y son -El lo ha dicho y redicho en su Evangelio- sus «santos», sus preferidos. Porque son los más olvidados y mal-tratados y mal-amados de sus hijos en esta marcha de la vida, en esta calle mayor de los hombres. Pero es nuestra «calle», es nuestra «marcha», nuestro río afluente... ahora... Será diferente cuando entremos en su «cauce», cuando desem– boquemos en su «plaza» ... Pero hoy, es Día de los Difuntos, de los que se nos han ausentado de este mundo.Y esto es sensación dolorosa, próxima, en la propia carne. Es el dolor del «parto», que es la muerte, y en él estamos. Cierto que luego habrá «nueva criatura». Pero ahora los desgarros del alumbramiento ahí están. La placenta de la «vida» está unida a nuestras carnes, a nuestros sentidos, a nuestras tripas. Es así en este mundo. Hacemos cuerpo y sensibilidad con él. Tenemos primavera, verano, otoño e invierno. Cuando la vida no puede más «renace» a otra vida. Este vivir de ahora nos gesta, nos prepara para nacer, como en el vientre de la madre nos preparó, nos gestó, para esta vida de ahora... Es así. Alguien espera nuestro ser alumbrados para acogernos en sus brazos de Padre. Es todo. El nos lo ha dicho y El nos dirá para qué y cómo. Y le hacemos confianza. He caminado lento estas calles, pero dando zancadas allá por «dentro», por las otras calles de la vida y de la muerte. He llegado algo más tarde al Albergue. Los «limpia» ya han comenzado el trabajo. Hoy tenemos que hacerlo más en profundi– dad. Porque los días festivos se hace someramente por encima. Y dos días hemos tenido. Pregunto por el sentido de estos días para ellos, por el recuerdo de los familiares y amigos que se «fueron» de sus vidas. Y no hay «eco». Cada uno va por la vida con su barata soledad a cuestas. La mayoría son pobres que convocan piedades completas. Por eso estos días son como los otros, con sol o con lluvia, acaso grises. Nada más y es todo. Comprendo que ante esta tristeza del vivir no cabe decir nada. Sólo estar. Su vida es caminar con rumbo muy incierto los transeuntes o esperar los mayores. Y allá van, los más ignorando a qué. Saben cómo, de momento y eso les alcanza. Al fin lo visible no es más que una huella. Y la familia ha sido eso, una huella. Por eso ante mi pregunta no saben cómo convertir ese recuerdo en palabras, ya sean pocas o mu– chas. Ellos ya son como peregrinos su propio destino y camposanto. Bien lo decía aquel mendigo: - Mire, Padre, sólo quisiera saber una cosa. - ¿Qué, hombre? - ¿Dónde voy a morir? - Y ¿para qué quieres saberlo? - «Pano «dir» nunca pallá». Lo cual me parece bastante bien pensado. Lo que pasa es que en este asunto no nos piden nuestro parecer ni nuestro consentimiento. Somos juzgados sin abogado y en nuestra ausencia. 109
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