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P. Eusebio Villanueva Viernes: 29 Oct. 1993: 1otoño ya se nos ha dicho y presentado en saludo con sus fríos y lluvias. Y lo ha hecho repetidamente en la cercanía de nuestras carnes y articulaciones, termómetros corporales. El frío es bueno para la naturaleza. Hace que las plantas crezcan hacia abajo en sus raíces. Abren camino en la tierra blanda y jugosa y crean su «territorio», su espacio de nutrición. El frío impide perder fuerzas hacia arriba y afirma la planta contra los vientos y otros atropellos. Es sabio este orden en la naturaleza. Unas cosas sirven a otras y entre todas se completan. Humani– zado lo dice mejor el proverbio de Ruanda: «Si el niño tropieza, la madre llora. Si la madre tropieza, el niño rie». Son así las estaciones del tiempo de la naturaleza madre. Hoy la manaña es jubilosa de luz y promete un sol total. Así es. Solea el sol y se lleva los restos de sombra que ha dejado la noche. Dice el refrán de la negritud con toda verdad: «Dios da, nunca vende». Allá me voy en gratuidad hacia el Albergue. iDios nos ama! Aleluya... El pasear la mañana por la playa -quien pueda- será un mimo de Dios. Ciertamente ofrecido a tantos jubilados... y a algunos del Albergue que sí estarán de mirones o lagartijas de pared y sol. El Albergue me lo conozco ya a centímetros. Uno termina por incorporarse en la memoria -como clichés- cada detalle y rincón de donde trabaja. Eso sí, si lo hace con alegría. La mirada es como una esponja que levanta y roba cada imagen para su propio almario. Mucho más y con más ternura las personas. El proverbio negro nos dice: «el ojo no lleva carga, pero sabe cuánta puede soportar la cabeza». Es curioso y gozoso el constatar esta memoria localista. He trabajado en mis 20 años de obrero en Bélgica, Suiza y España, por lo menos en 9 empresas diferentes. Pues bien, recuerdo nítidamente ahora mismo, todos lo espacios, máquinas, personal más inmediato, con una riqueza de detalles asombrosa, vivísima y a todo color y olor. Puedo recorrer mentalmente todos los locales y naves con nitidez... Y, aquí en Astilleros del Cantábrico lo puedo reconstruir todo fielmente con mi imaginación. Hasta recuerdo los ruidos de dentro y de fuera... Los ruidos del tren que pasaba vecino tracatracatraqueteando con su buuúúú ... buuuuúúúú, día y noche, noche y día... Y la salida y llegada de los cargueros al Muse!. Y los chillidos agrios 102

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