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P. Eusebio Villanueva decían: «Vosotros, los que creéis en un Padre de todos los humanos ¿por qué sois tan mal hermanos nuestros?». Así nuestro mundo y nuestro cristianismo hará «glu...glu... » de sentido. A las 8 de la mañana abro la puerta, «miro al día y me echo a la calle. El día está feo y negruzco. Las calles hoscas, impías, llenas de hojas muertas. Camino rápido, como si huyese de mí. .. Y llego adelantado. Andan con los desayunos de colacao. También en el Albergue andan con prisas por salir a la calle, por husmear la vida. Me siento con voz más de almíbar en los saludos, aunque no zalamereando. La conciencia debe haberse recargado de sensi– bilidades de culpabilidad en las reflexiones del insomnio y de la oración. Mao decía: «Si quieres comprender lo que es una manzana, muérdela» ... Sí, hay que hincarle el diente. Hoy tengo algo más de trabajo, porque faltan algunos de los habituales de la lim– pieza. Allá vamos con nuestra «batería» de cubo, fregona, escoba, recogedores y esponja., lejías y desinfectantes... En esto, como en todo, lo más fundamental es el corazón que se pone en el servicio. Las ventanas de la sala de la tele se abren a primer plano sobre el patio de encuen– tro del pabellón de «Proyecto Hombre». Todos los días me paro un instante a «ver» ese nutrido grupo de muchachos y muchachas, que luchan por desengancharse, desconectarse, de ese infierno de la droga... A veces algún signo amistoso con la mano... Hablan y ríen con profusión. En acentuado contraste con los transeúntes del Albergue. Y es que en las dos riberas hay dolor, mucho dolor. Pero la «esperanza» es distinta. Aunque el porvenir siempre sea inquietante. Hay todo un movimiento en torno al «Proyecto Hombre»: ellos, los familiares que acompañan a las sesiones, monitores, etc... No conozco las personas, pero «reco– nozco» bastantes rostros del simple querer «verlos» cada mañana... No hay más rigidez cadavérica que la de aquel cuyo corazón no bate por nadie... Me parece maravilloso y de justicia básica todo lo que se está haciendo en este mar tormentoso y difícil de la drogadicción, por recuperar estos hermanos para una vida de libertad y dignidad. Pero a propósito de todo: de la droga, como de la muerte de las focas y de los bosques...etc.. , hay que atacar a los efectos, pero con más contundencia a las causas. Los «efectos» son seres o personas a recuperar. Las causas son «fábricas» de destrucción que suman y multiplican los efectos. Se habla de la muerte de los bosques, mientras que nuestra ideosincrasia, nues– tros comportamientos son muertos-contaminantes. Se habla de la droga, del sida y nuestra vida personal, laboral, política y social huelen mal, huelen feo, de egoísmo, de intereses y ambiciones a costa de lo que sea, de desigualdades, de paro laboral plani– ficado o no gestionado, de criterios de conducta desmadrados e inmorales, de clima de insolidaridad. Se rueda en estos carriles «a tumba abierta» y es hora de levantar el pie del acelerador... Bien están las campañas preventivas, anti-lo-que-sea. Pero sin olvidar que en el mundo hay un deseo sordo de valores morales, de ideales de vida. Se precisa realimentarse de una «espiritualidad». Más todavía que el que se diga cómo desengancharse de la droga o escapar al SIDA. Esto hay que hacerlo, pero aquello hay que potenciarlo. Pero desde ya... Es escandalosamente desproporcionado el que nuestra sociedad no ofrezca casi nada más que medidas policiales para acabar con el uso de estupefacientes. 100
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