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LA CALLE PROLETARIA La calle es como una extraña selva de civilización. Revienta en millones de rumores, pasos, vibraciones, adioses... el trajín, el batiburrillo y el ciempiés ... La vida que cruza sin cesar. Por ella se adelantan los personajes, poseídos de ser eso: hombres de la calle. Su condición de arroyo es imagen misma del vivir. Las gentes caminan, las gentes se apresuran a huir, a escapar (¿ de dónde? y ¿de qué?) para llegar (¿a dónde?) ... Ningún rostro lo sabe, ningún paso lo declama. La ciudad y su público, en sus calles públicas, sus escuelas públicas, sus casas públicas ... El niño, el estudiante, el aprendiz, el hombre que va al tajo y el que regresa de la oficina gris, la madre que va al mercado y el barrendero, que vuelve de recogida; el viejo que solea y la puta que callejea ... Caminan, se apresuran, corren, el autobús pasa, se empujan, suben ... Luz verde, luz roja ... el muro sucio de pintada más alto que el futuro ... Y allí el barrio con despertador de seis y media, aullando a la luna de la procreación. Movimientos migratorios del trabajo, como las bestias en la selva por los caminos del abrevadero. A nadie su tiempo alcanza, como si fuera un mal salario al final de cada mes. El hombre no es más dueño de su tiempo, ese golfo indecente, roedor de vida, 31

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