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erudito M. Serrano y Sanz, para defender a Villalpando contra la con– dena de la universidad de Salamanca en 1780. Pero tampoco este zahorí del asunto, que pudiera considerarse su descubridor, llegaba a discernir con claridad quiénes fueron los verdaderos responsables de aquel veredicto. Creemos, no obstante, que le cabe el mérito, como a exhumador de fondos de archivo raros y curiosos, de haber puesto en la pista a quienes luego se han tomado la molestia de acudir personal– mente a la fuente principal de información sobre uno de los episodios más ruidosos de la intelectualidad española de todo el siglo XVIII 10 . En cuanto al XIX, no es menor la falta de crítica en las referencias a nuestro personaje. Habiendo sido gloria relevante de Villalpando la encomienda, que le hizo el gobierno, de redactar los estatutos de la proyectada Real Academia de las Ciencias, las noticias difundidas desde 1897 sobre ello son confusas y poco acordes con la realidad de los hechos. Débense a E. Cotarelo y Mori que, en Iriarte y su época, acep– taba sin criba el rumor de que Villalpando habría desplazado a su bio– grafiado en la confección de los mencionados estatutos por encargo de Floridablanca. El origen de ese infundio fue un simple cotilleo pala– ciego, fácilmente disipable si Cotarelo hubiera desempolvado todos los documentos que cita 11 • Ni el propio Menéndez Pelayo aquilató lo suficiente, pues engloba a Villalpando con «los principales defensores y tratadistas del escolas– ticismo», aunque lo mitigue con la apostolilla de que hay en él tenden– cias eclécticas 12 • Mas ¿a qué extrañarse de la carencia de precisión en quienes toca– ron el asunto por la tangente, cuando un buscador tan cabal y pers– picaz de las glorias de su provincia de Zamora, como fue C. Fernández 10. M. SERRANO Y SANZ, El Conseio de Castilla y la censura de libros en el siglo XVIII, en RevArchBíblMus 15 (1906) 392-5. De él depende la noticia que R. Herr, l. cit., ofrece sobre Villalpando. Serrano y Sanz, de quien escribía Ortega (Obras completas VI 491) que ha sido «uno de los más admirables eru– ditos que había en España a comienzos de este siglo», manejó sólo de soslayo el documento básico del AHNC y más para ridiculizar a los impugnadores de Villalpando (y a sus descendientes neoscolásticos de hoy -advierte-) que para juzgar de su filosofía. Indica que ésta fue rechazada por la universidad de Sala– manca en un informe firmado por su rector y dos catedráticos, lo cual es tan cierto como equívoco, ya que la firma del primero era puramente oficiosa: fue precisamente el rector López Altamirano el defensor acérrimo de la Philosopbia de Villalpando en la decaída cabeza intelectual de aquella España. 11. E. CoTARELO Y MoRI, Jriarte y su época (Madrid 1987) 231. 12. La ciencia espaHola III (LX de la «edición nacional», Madrid 1954) 75. 9

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