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A la favorable rev1s10n operada han concurrido por igual hispanis– tas nacionales y extranjeros, debiéndose a éstos, sobre todo, algunas de las monografías panorámicas más completas. Puntos de atracción peculiar para la crítica histórica de nuestros días han sido, junto a las instituciones y corrientes ideológicas de entonces, las personalidades que tejieron a conciencia aquella especie de pequeño renacimiento patrio, en franca lucha y desacuerdo, a veces, con otros compatriotas. Sobre ellas se sigue realizando, dentro y fuera de las fronteras, una búsqueda incitante, cuyos hallazgos e interés dis– tan del agotamiento 2 • La figura y obra de los reformistas españoles ejerce una fascinación particular. La actitud, en algunos aspectos discutible y en muchos otros ejemplar, de aquellos hombres que sintieron al vivo el problema de España como el de una patria a remolque de la Europa «culta» y al día; que se plantearon el porqué y dictaron soluciones, con gesto luego sentido periódicamente por una larga descendencia espiritual, posee un reclamo muy distinto del que suscitan los españoles próceres de los siglos XVI y XVII. Y es cierto que de aquéllos más que de éstos pro– cede nuestro pasado inmediato y nuestro presente. Feijoo, Sarmiento, Mayans, Pérez Bayer, Campomanes, Olavide, Jovellanos, Aranda, Floridablanca, Cadalso, Cabarrús, Torres Villarroel, Isla y los jesuitas expulsados, Tavira, Meléndez Valdés y los Morati– nes ... , y tantos otros que clamaron como la voz de un país insatis– fecho, «ilustrable» y progresista, forman la pléyade más conocida y favorita del historiador de las ideas y de los hechos de cualquier índole, característicos del reformismo dieciochista español. Menos visibles, al lado de esos «dii maiores» de la época, y por ello casi siempre desatendidos del estudioso actual que, o los silencia por completo, o los sacrifica al tópico inercial e inveterado, a la cita incontrolada, e incluso al error secular de apreciación, hubo bastantes más de sus conciudadanos empeñados en la misma tarea patriótica de acabar con lo que consideraban un retraso vergonzante, pero remediable. No obstante esa preterición contemporánea, algunos de ellos eran la escondida eminencia gris que movía eficazmente los hilos e insensi– blemente la voluntad, de aquellos en cuyo nombre y honor se hacía y 2. Véase, como orientación bibliográfica, ante todo, F. AGUILAR PIÑAL, Bi– bliografía fundamental de la literatura española. Siglo XVIII (Madrid 1976) v el Boletín del Centro de Estudios del Siglo XVIII, VOCES. XVIII, n." 1-8 (Oviedo 1973-1980). 6
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