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4. Filangieri y Beccaria, con la Inquisición al fondo Los censores salmantinos, expertos en catalogar el pensamiento por sus consecuencias para la praxis religiosa, encajonan a Villalpando hacia ese precipio partiendo de un exabrupto contra él y su «opinión jesuítica» sobre la predeterminación física 20 • Desde ahí dan un paso más y, paradójicamente, lo arrastran del crimen «inconsciente» de im– piedad al del tolerantismo, o exceso de piedad para con los herejes reos de muerte, porque no se atreve a aprobar esta pena 21 . Tal actitud le ponía en conflicto flagrante con las leyes canónicas y civiles. ¿Pretendía Villalpando subvertirlas? ¿Sería «uno de aquellos filósofos que creen defectuosos todos los Códigos y pretenden que se reformen y alteren a su antojo»? Era la misma sospecha de los censores vallisoletanos, ilustrada por los de Salamanca no con el recuerdo de sucesos inquisitoriales de reso– nancia local, sino con una razón teológica acerada y datos de la his– toria patria y eclesiástica universal. La hoguera que abrasa a uno, precave la infección de muchos. Lo que parece duro con el cuerpo, es delicadeza con el alma. Y más aun: «Esta es compasión prudente, varonil y arreglada». La de Villalpando, en cambio, «es una blandura de alma viciosa y femenil» 22 • Fernando «el Santo» acarreaba él mismo 20. «Véanse los frutos de la ilimitada libertad filosófica: Quería el P. Villalpando defender una opinión: que dos proposiciones de futuro son verda– deras o falsas antes del decreto divino -que sabe bien fue la base en que estribó una Escuela, de cuyos principios ha prohibido S.M. (Dios le guarde) que alguno use: la Jesuítica-, y, para eludir la ley, prescinde de lo supernaturnl y teo– lógico, como que solamente cuando se eleve a esta línea será perjudicial la referida opinión. Hasta aquí no tenemos más que un pecado político, bien que grave. Pero, si el P. Villalpando hubiera previsto las consecuencias que fluyen de la referida máxima -no lo creemos- sería reo de superior clase... » (AHNC l. cit., f. 113). 21. «La máxima del P. Villalpando puede inducir en los Jóvenes los per– juicios que intentan conseguir con su dolo artificioso los impíos. Sin duda que éste dista muchísimo de la intención recta y ánimo religioso de este escritor. Pero su recta intención no alcanzará a precaver y salvar el engaño que pueden padecer otros» (ibid.). 22. «Deseamos que la compasión y humanidad con que el P. Villalpando mira a los individuos de su especie, le moviese antes a procurarles evitar estos riesgos, que a persuadir se mitiguen las penas con que se hayan de castigar los que tuvieren la desgracia de caer en ellos. No esperábamos que, en un tiempo en que cunde rápidamente por Europa la peste de la impiedad, y en que está ya nuestra Península amenazada, si no tocada del contagio, manifestase un Religioso Español una ternura de corazón tan cruel que, por no ser rígido 50

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