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bosquejar, sino el de una lectura discursiva y en quintaesencia, tra– tando de captar sólo sus puntos clave. La dividimos en dos partes, dedicando la primera a la posición de los claustrales que lo aprobaron y la segunda a la de sus impugnadores. 2. El antiguo régimen universitario y teológico, en peligro La preocupación escolástica antes mencionada era, en el fondo, una preocupación estrictamente teológica. Es preciso anteponer, como pie– dra angular de todo el extracto, una frase casi perdida en la inmensidad del mismo, pues no hay duda de que es su quicio soterraño: «Ec,tas reflexiones, que han debido poca atención al P. Villalpando y otros !'vlodernos, merecen a este Claustro el mayor cuidado. La Universidad de Salamanca cuenta entre los suyos por el principal la sólida defema de los Dogmas y la recta inteligencia de la Escritura, de los Concilios y de los Padres» 13_ Esas «sólida defensa» y «recta» inteligencia no serían, en su sentir, 111 lo uno ni lo otro sin la teología escolástica, cuya facultad había de c1p10s y voces técnicas de la filosofía escolástica e, indirectamente, de los Santos Padres y Concilios, que las usaron por considerarlas a la medida en la explica– ción del dogma. Desatiende y desprecia el sentir de los filósofos de más pres– tigio, que juzgaron ser la filosofía escolástica preliminar necesario para la teo– logía. Por el contrario: alaba desmedidamente a los filósofos modernos, y exhor– ta con vehemencia a sus discípulos para que se entreguen a su estudio. Y las cosas buenas que hay en su manual están mezcladas con máximas arriesgadas y proposiciones peligrosas, falsas y contrarias alguna a las leyes patrias y otras a éstas y a las canónicas. Finalmente, contiene un tratado sobre la generación, cuyo estudio. además de ser peligroso a una edad tan deleitable como la juvenil, no es conforme a las leyes de esta universidad, que prohíben se trate en público de materias pudendas, aun por los profesores de medicina (ibid., ff. 115v.-116). 13. Ibid., f. 109v. Veinte años antes el P. Manuel Bernardo de Ribera había formulado esa finalidad teológica de la universidad española, aunque con menos exclusivismo, cuando escribió en un documento coreado por el claustro nemine discrepante: «No podemos, por las razones que quedan insinuadas, aprobar el pro– yecto de erección de la Academia, mientras no se mude el destino de las Universida– des de España, cuyo instituto es afianzar y defender el Catolicismo, instruir al Esta– do, y dar luces a los que gobiernan la República» (AUSal ms. 25 f. 157). Ribera admitía la mutabilidad de tal destino, contingencia menos obvia para Herrero. Y ambos desorbitaron las encomiendas recibidas -dictaminar sobre la erección de una academia y sobre dos cursos de filosofía, respectivamente- utilizándolas como plataforma ofensiva y defensiva frente al pensamiento moderno, sin adver– tir que la suerte de la universidad medieval estaba echada. 46

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