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ll!.JtJS. C'OLH, !O propia y los padres otra, y pretender descargar en aquél lo que es labor paternal es tarea, sobre absurda, imposible. Anda por ahí-por ciertas librerías--un libro intere– sante de educación juvenil que yo creo excelente; por lo me– nos, muy aprovechable. El libro se intitula Dios hablará esta noche. Se trata del diario novelado de un joven que va des– cribiendo su mutación o cambio de adolescente despistado y romanticucho en joven sensato y juicioso. Y en cierta pá– gina somete a crítica su cambio, esas virtudes-sobrenatura– les y humanas-que ve nacer en si: "¿Por qué se ha hecho él más sensato, más virtuoso, más juicioso; por qué se en– cuentra más preparado para la empresa de vivir?" Y con– fiesa llanamente: "Siempre que trato de explicarme lo mejor que hallo en mi, invariablemente tengo que llegar a mi madre." Naturalmente, en la educación el colegio representa un gran papel. No hay por qué negarlo. Pero no se deje usted llevar de las apariencias, que una vez más engañan. Tras el uniforme impecable de la colegiala, y más allá de las notas "apañaditas" del estudiante, se esconde frecuentemente la máscara de un hombre, de una mujer vulgar, de un colegial que no es más que eso: un uniforme y unos aprobados; como hombre, como mujer, sirven para muy poco. El colegio les ha dado todo lo que podía darles: una formación docente más o menos completa. Pero el colegio no puede dar esa formación que es vida hondísima, y que únicamente están capacitados para inocular un padre avisado, una madre auténtica. Y es que-sépalo usted y no lo olvide, por favor-su pa– pel, el magisterio de usted-padre, madre-, no lo puede desempeñar nadie; es más: no está en sus manos transferir– lo a ningún otro-su paternidad no sólo se extiende sobre el cuerpo de su hijo, recae también sobre su alma--. Más importante que todas las asignaturas del curso académico es la asignatura de la vida, la asignatura que va directa a clavarse en las ramificaciones más medulares del alma. Y esta asignatura nadie-y este nadie debería ir con mayúscu - la-, nadie puede enseñarla con competencia sino un padre. En la niña esa de catorce años bullen multitud de preocupa– ciones que no están contestadas en los textos, que solamente la intuición de una madre puede adivinar y aclarar; y la dirección de un adolescente alocado de dieciséis años soia-

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