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82 SUCEDIÓ EN LA TIERRA tal vez lo hubiera pensado. Nada más intentaré descubrir– sela y enseñársela. Luego usted decidirá, porque al fin, en este asunto-en el tema del presente comentario-, quien tiene la última palabra es usted y no yo. Usted ha mandado a sus niños al colegio. Ello está per. fectamente bien. Los niños tienen que aprender a multipli– car y usted ya trabaja bastante en su oficio para luego tener que examinar a sus pequeños sobre cuántas son siete por cuatro. Digo que está muy bien, que usted les mande al co– legio para que sus hijos aprendan cuántas son siete por cuatro, y otras lindezas parecidas. Pero hay aquí un riesgo. El peligro acecha a todo padre que abona una fuerte suma monetaria por educar a sus hijos. A lo mejor piensa que el colegio--"para eso se le paga"– debe enseñar a su hijo la tabla de multiplicar. Y contra esto no hay nada que oponer. Pero a lo mejor piensa-de hecho, muchos papás y muchísimas mamás piensan así– que el colegio es un segundo papá en quien se pueden des– cargar todas las tareas de la educación de los hijos. Y es lo que conviene aclarar suficientemente porque encierra un grave error de perspectiva. El colegio refuerza-grabe usted bien este pensamiento, porque es vital para el porvenir de sus hijos-, el colegio re– fuerza, pero de ninguna forma suplanta, la labor docente de los padres. Hay ciertas regiones en la vida íntima, senti– mental y mental de todo niño, de todo adolescente, que por definición están vedadas al colegio. Es inútil empeñarse en ignorarlas, querer ocultarlas. Los programas de colegio se pueden variar; los métodos pedagógicos pueden perfeccio– narse, se puede elegir el mejor colegio de la nación; por en– cima del colegio y de la pedagogía oficial y extraoficial está el colegial con sus ramificaciones espirituales-tomo espiri– tual en el sentido natural, filosófico, de este término-, y cuyas vueltas y repliegues no puede seguir el colegio por muy selecto que sea su personal y sus métodos. Esta es una verdad como un templo, y sobre la que yo le invito a usted a reflexionar seria y serenamente. El colegio, para aquello que tiene de más vital, intimo y trascendente el hombre, es un sucedáneo y no un medicamento legítimo. Un sucedáneo todo lo perfeccionado que usted quiera, pero al cabo un sucedáneo incapaz de abarcar todas las virtua– lidades del medicamento puro. El colegio tiene una misión

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