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EL COLEGIO Son bonitos los últimos días de septiembre en la ciudad en que yo vivo. No por el otoño, que en esos días canta su nostalgia y su despedida. Más bien, por el contrario, porque en esas fechas postreras de septiembre brilla, en mi ciu– dad, un paisaje perfectamente antiotoñal. En estos días vuelve a florecer sobre las calles el múlti– ple paisaje de los uniformes colegiales. En esas horas punta que rondan los horarios de principio o fin de clase, las aceras de mi ciudad vuelven a sentir el pasar alborozado de la cli.i– quillería estudiantil o aquel otro, más sensato, de la juven– tud universitaria. El colegio y la Universidad vuelven otra vez con sus clases, con sus estudios, con sus problemas. Usted, amigo que me lee, a lo mejor entiende que ya ven– ció lo peor. Ya ha matriculado a su hijo, ya le tiene educán– dose fuera de casa gran parte del día; ya puede, hasta cierto punto, descansar. Es verdad; mensual o trimestralmente re– cibirá del colegio, entre otras cosas, esa facturita que le producirá un cierto y momentáneo dolor de cabeza. Pero con esto ya cuenta, y no vamos a hablar de ello, porque sería cosa de no acabar. Bien: digo que hasta cierto punto usted piensa que ya puede descansar. Pero... ¿será cierto que ya puede descan– sar? Tal vez no. Verá. No es de la facturita ésa, ni de lo que cuestan los libros, ni de la calidad del colegio que usted ha elegido para su hijo de lo que yo quería hablarle. Es otra cosa; es otra cosa lo que yo quería apuntarle, y teniendo en cuenta la cual yo dudo que pueda descansar, aunque usted STJCEDIO EN L.A TIERR\.---6

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